TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

sábado, 28 de diciembre de 2013

EN LA SOLEMNIDAD DE LA SAGRADA FAMILIA

Benedicto XVI en el encuentro mundial de las familias en Milán


    "La familia, fundada sobre el matrimonio entre el hombre y la mujer, está también llamada al igual que la Iglesia a ser imagen del Dios único en Tres Personas", subrayó el papa… "Dios creó el ser humano hombre y mujer, con la misma dignidad, pero también con características propias y complementarias, para que los dos fueran un don el uno para el otro, se valoraran recíprocamente y realizaran una comunidad de amor y de vida. El amor es lo que hace de la persona humana la auténtica imagen de la Trinidad, imagen de Dios".
     "Viviendo el matrimonio no os dais cualquier cosa o actividad, sino la vida entera. Y vuestro amor es fecundo, en primer lugar, para vosotros mismos, porque deseáis y realizáis el bien el uno al otro, experimentando la alegría del recibir y del dar"."Es fecundo también en la procreación, generosa y responsable, de los hijos, en el cuidado esmerado de ellos y en la educación metódica y sabia. Es fecundo, en fin, para la sociedad, porque la vida familiar es la primera e insustituible escuela de virtudes sociales, como el respeto de las personas, la gratuidad, la confianza, la responsabilidad, la solidaridad, la cooperación".
     "Queridos esposos, cuidad a vuestros hijos y, en un mundo dominado por la técnica, transmitidles, con serenidad y confianza, razones para vivir, la fuerza de la fe, planteándoles metas altas y sosteniéndolos en la debilidad. Pero también vosotros, hijos, procurad mantener siempre una relación de afecto profundo y de cuidado diligente hacia vuestros padres, y también que las relaciones entre hermanos y hermanas sean una oportunidad para crecer en el amor", añadía.
      "El proyecto de Dios sobre la pareja humana encuentra su plenitud en Jesucristo, que elevó el matrimonio a sacramento". "Cristo, con un don especial del Espíritu Santo, os hace partícipes de su amor esponsal, haciéndoos signo de su amor por la Iglesia: un amor fiel y total". "Vuestra vocación no es fácil de vivir, especialmente hoy".
     Se refirió además a las experiencias dolorosas del fracaso y la separación. "Sabed que el Papa y la Iglesia os sostienen en vuestra dificultad. Os animo a permanecer unidos a vuestras comunidades, al tiempo que espero que las diócesis pongan en marcha adecuadas iniciativas de acogida y cercanía". (3-VI).

viernes, 27 de diciembre de 2013

ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA

AVISO PARA ADORADORAS/ES DE LOS TURNOS DIOCESANOS 

2013
     Como es tradicional, y próximos a finalizar el año, el Consejo Diocesano de la Adoración Nocturna convoca Vigilia General extraordinaria, a celebrar en el Oratorio de la Santa Cueva -(entrada por c/San Francisco nº 11-1º Izdª o c/Rosario)- el próximo lunes día 30 de Diciembre a las 20,00 horas, y en la que esperamos contar con tu presencia, en la certeza que…

¡JESÚS  SACRAMENTADO  NOS  ESPERA!
 

domingo, 22 de diciembre de 2013

DOMINGO 4º DE ADVIENTO

Feria privilegiada de adviento.
      En 1223, al acercarse la Navidad, san Francisco llamó a un amigo suyo y le dijo: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta de Navidad, ve y prepara lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno». Aquel hombre corrió presto y preparó cuanto el Santo le había indicado. Llegado el día, se citó a hermanos de muchos lugares; hombres y mujeres de la comarca prepararon cirios y teas para iluminar aquella noche. Llegó Francisco, se preparó el pesebre, se trajo el heno y se colocaron el buey y el asno, y Greccio se convirtió en una nueva Belén. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre. Francisco viste los ornamentos de diácono y canta el santo evangelio. Luego predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel. Un varón virtuoso tuvo una admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recostado en el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como de un sopor de sueño. Y no carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por medio de su siervo Francisco. Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría.-

Oración:    Dios todopoderoso y eterno, al acercarnos a las fiestas de Navidad, te pedimos que tu Hijo, que se encarnó en las entrañas de la Virgen María y quiso vivir entre nosotros, nos haga partícipes de la abundancia de su misericordia.
     Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

sábado, 21 de diciembre de 2013

EL DECÁLOGO DE LA CORONA DE ADVIENTO: MEMORIA, SÍMBOLO, PROFECÍA

1.-  Noción: Se trata de una corona de ramas verdes, en la que se fijan cuatro velas vistosas, generalmente violáceas. Suele colocarse sobre una mesita, o sobre un tronco de árbol, o colgada del techo con una cinta elegante. En principio, no se pone encima del altar, sino junto al ambón o en otro lugar adecuado como, por ejemplo, junto a una imagen o icono de la Virgen Madre, siempre Santa María del Adviento. La corona de Navidad es así el primer anuncio de la Navidad.

2.-  Orígenes e inculturación: Es una costumbre originaria de los países germánicos y extendida a América del Norte, ya convertida en un símbolo del Adviento en los hogares  cristianos y de las parroquias y comunidades.

     Durante el frío y la oscuridad del final del otoño los pueblos germánicos precristianos recolectaban coronas de ramas verdes y encendían fuegos como señal de esperanza en la venida del sol naciente y de la primavera.

     Ejemplo, pues, de cristianización de la cultura donde lo viejo toma ahora un nuevo y pleno sentido, la Corona de Adviento encuentra un espléndido referente en Jesucristo, la luz del mundo, el vencedor de la oscuridad y de las tinieblas.

3.- Los contenidos de la Corona de Adviento: Una corona circular, ramas o follaje verde, cuatro velas y algún adorno sobre ellas como manzanas rojas y el listón rojo.

4.-  La Corona circular: El círculo hace presente la figura perfecta que no tiene principio ni fin, evocando la unidad y eternidad del Señor Jesucristo que es el mismo ayer, hoy y siempre (cfr. Heb 13, 8). Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio ni fin. Es asimismo interpelación para que también nuestro amor a Dios y amor al prójimo tampoco finalice nunca.

5.- El follaje verde perenne: Las ramas verdes pueden ser de ramas de pino, abeto, hiedra…. Representan a Cristo eternamente vivo y presente entre nosotros.

6.-  Los adornos: Son unas manzanas rojas y un listón rojo. Las manzanas representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva. Hablan, pues, del pecado de la expulsión del paraíso y el anhelo permanente del hombre de regresar a él. Por eso el listón rojo significa el amor de Dios que nos envuelve y nuestra respuesta también de amor a ese amor de Dios.

7.- Las cuatro velas: Representan los cuatro domingos que jalonan este tiempo de vigilante espera. Nos hacen pensar en la oscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Y así con cada vela que encendemos, la humanidad se iluminó y sigue iluminando con la llegada de Jesucristo a nuestro mundo.

8.- El encendido de las velas: Como expresión de alegre expectación, cada semana, se realiza el rito de encender las velas correspondientes: el primer domingo de Adviento, una, el segundo, dos, el tercero, tres, el cuarto y último, las cuatro. El progresivo encendido de estos cirios nos hace tomar conciencia del paso del tiempo en el que esperamos la última y definitiva venida del Señor. Este itinerario, acompañado de alguna oración o canto, nos marcará los pasos que nos acercan hasta la fiesta de Navidad, y nos ayudará a tener más presente el tiempo en que nos encontramos.

9.- El rito del encendido de las velas: El rito encendido de la corona se puede realizar en todas las misas dominicales de la parroquia, incluyendo la vespertina del sábado. En las comunidades religiosas, en cambio, será mejor hacerlo en la celebración que inaugure cada semana: las primeras Vísperas.
     La Corona que se ha instalado en la iglesia parroquial, se puede bendecir al comienzo de la Misa. La bendición se hará después del saludo inicial, en lugar del acto penitencial.

10.- La metáfora, el significado global de la Corona de Adviento: Este sencillo lucernario es a la vez memoria, símbolo y profecía.
* Es memoria de las diversas etapas de la historia de la salvación antes de Cristo.
** Es símbolo de la luz profética que iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del Sol de justicia.
*** Es profecía de Cristo, luz del mundo que volverá para iluminar definitivamente al mundo y a quien esperamos con las lámparas encendidas.

sábado, 14 de diciembre de 2013

DOMINGO 3º DE ADVIENTO


Con alegría desbordante
     Así se expresa la oración de este domingo 3º de adviento: "Concédenos llegar a la Navidad –fiesta de gozo y salvación- y poder celebrarla con alegría desbordante". Le pedimos a Dios llegar a la Navidad y le pedimos poder celebrarla con alegría desbordante. La Navidad como fiesta de gozo y de salvación es la fiesta del nacimiento en la carne del Hijo eterno de Dios. Es asombroso que Dios se haya hecho hombre, y más asombroso aún que nosotros seamos hechos partícipes de su divinidad, seamos divinizados.
     ¿En qué consiste esa alegría que pedimos, y que Dios quiere concedernos? Ciertamente es una alegría que no viene de fuera. No viene de lo que uno come, de lo que uno bebe o de lo que uno se divierte, o de lo que uno se compra para tener algo más. "El Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14,17). Si miramos al portal de Belén, veremos que el Hijo de Dios ha venido en la más absoluta pobreza. Allí no hubo ni cenas, ni regalos, ni bulla. Allí hubo mucho amor por parte de su madre María y por parte de José. Ni siquiera hubo para ellos "lugar en la posada" (Lc 2,1). Los ángeles hicieron fiesta cantando: "Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad" (Lc 2,14).
     Esa es la alegría que se nos promete: la paz de Dios en nuestra alma y en el mundo, porque viene a salvarnos el que quita el pecado del mundo y nos hace hijos de Dios. No hay paz sin justicia, no habrá alegría verdadera sin hacer partícipes de esta salvación a los pobres, que sufren en su carne y en su alma las consecuencias del pecado. Viene el Señor a sanar todas esas heridas, a curarlas acercándose a cada uno de nosotros con amor, a devolvernos la amistad con Dios, haciéndonos hijos, a restaurar nuestras relaciones humanas, instaurando la fraternidad universal, a empujarnos para salir al encuentro de todas las pobrezas de nuestro mundo.
     Esa alegría que colma y sacia el corazón humano es una alegría desbordante. De dentro afuera. Rebosa de nuestra alma a nuestro cuerpo, a nuestra sensibilidad e incluso a nuestros sentidos exteriores. La vida cristiana produce alegría desbordante y se nota en nuestro rostro y en el exterior. De esa alegría interior estamos llamados a dar testimonio en nuestro entorno, porque el cristiano no tiene cara de amargura, sino de haber sido redimido. El cristiano vive con la certeza de una victoria.
     Se acercan las fiestas de Navidad y todo desde fuera nos invita al bullicio y la dispersión. Sin embargo, son días para vivirlos con María, con la Iglesia que ora y se alegra anticipadamente por la salvación que le viene del Señor. Son días para vivirlos con Juan el Bautista, hombre penitente que prepara los caminos del Señor. No está reñido lo uno con lo otro. Precisamente la alegría cristiana sostiene la penitencia que necesitamos por nuestros pecados. Sólo el que descubre el gran don que se avecina es capaz de ponerse a la tarea de quitar todo lo que le estorba. Sólo quien ha experimentado algo de la alegría de Dios, se esfuerza por rechazar los goces del pecado. No sólo la penitencia nos conduce a la alegría, sino que la verdadera alegría, la que viene de Dios, nos conduce a la penitencia serena y humilde que necesitamos.
     En la misa de medianoche, de la nochebuena, oiremos esta Palabra: "Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y salvador nuestro Jesucristo" (Tt, 2-1113). Eso es un cristiano, el que espera la venida del Señor, el que desea ese encuentro creciente con el amor de su alma. Por eso, está contento al llegar la Navidad y no deja distraerse por otros elementos extraños a esto. La alegría promete ser desbordante, de dentro afuera, una alegría que el mundo no puede dar, porque sólo viene de Jesucristo nuestro salvador, de nuestro encuentro con él. Por eso, qué triste una Navidad sin Jesucristo.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
 

EN ADVIENTO SE NOS INCULCA QUE DIOS «VIENE»
Benedicto XVI, pp emérito
Queridos hermanos y hermanas:
     En Adviento la liturgia con frecuencia nos repite y nos asegura, como para vencer nuestra natural desconfianza, que Dios «viene»: viene a estar con nosotros, en todas nuestras situaciones; viene a habitar en medio de nosotros, a vivir con nosotros y en nosotros; viene a colmar las distancias que nos dividen y nos separan; viene a reconciliarnos con él y entre nosotros. Viene a la historia de la humanidad, a llamar a la puerta de cada hombre y de cada mujer de buena voluntad, para traer a las personas, a las familias y a los pueblos el don de la fraternidad, de la concordia y de la paz.
     Por eso el Adviento es, por excelencia, el tiempo de la esperanza, en el que se invita a los creyentes en Cristo a permanecer en una espera vigilante y activa, alimentada por la oración y el compromiso concreto del amor. Ojalá que la cercanía de la Navidad de Cristo llene el corazón de todos los cristianos de alegría, de serenidad y de paz.
     Para vivir de modo más auténtico y fructuoso este período de Adviento, la liturgia nos exhorta a mirar a María santísima y a caminar espiritualmente, junto con ella, hacia la cueva de Belén. Cuando Dios llamó a la puerta de su joven vida, ella lo acogió con fe y con amor… Dejémonos atraer por su belleza, reflejo de la gloria divina, para que «el Dios que viene» encuentre en cada uno de nosotros un corazón bueno y abierto, que él pueda colmar de sus dones.



domingo, 8 de diciembre de 2013

Solemnidad de la Inmaculada Concepción
Benedicto XVI, pp emérito
Queridos hermanos y hermanas:
      Hoy celebramos una de las fiestas de la santísima Virgen más bellas y populares: la Inmaculada Concepción. María no sólo no cometió pecado alguno, sino que fue preservada incluso de la herencia común del género humano que es la culpa original, por la misión a la que Dios la destinó desde siempre: ser la Madre del Redentor. Todo esto está contenido en la verdad de fe de la "Inmaculada Concepción". El fundamento bíblico de este dogma se encuentra en las palabras que el ángel dirigió a la joven de Nazaret: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). "Llena de gracia" -en el original griego kecharitoméne- es el nombre más hermoso de María, un nombre que le dio Dios mismo para indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso, Jesús, «el amor encarnado de Dios» (Deus caritas est, 12).
     Podemos preguntarnos: ¿por qué entre todas las mujeres Dios escogió precisamente a María de Nazaret? La respuesta está oculta en el misterio insondable de la voluntad divina. Sin embargo, hay un motivo que el Evangelio pone de relieve: su humildad. Lo subraya bien Dante Alighieri en el último canto del "Paraíso": «Virgen Madre, hija de tu Hijo, la más humilde y más alta de todas las criaturas, término fijo del designio eterno» (Paraíso XXXIII, 1-3). Lo dice la Virgen misma en el Magníficat, su cántico de alabanza: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, (...) porque ha mirado la humildad de su esclava» (Lc 1,46.48). Sí, Dios quedó prendado de la humildad de María, que encontró gracia a sus ojos (cf. Lc 1,30). Así llegó a ser la Madre de Dios, imagen y modelo de la Iglesia, elegida entre los pueblos para recibir la bendición del Señor y difundirla a toda la familia humana.
     Esta "bendición" es Jesucristo. Él es la fuente de la gracia, de la que María quedó llena desde el primer instante de su existencia. Acogió con fe a Jesús y con amor lo donó al mundo. Ésta es también nuestra vocación y nuestra misión, la vocación y la misión de la Iglesia: acoger a Cristo en nuestra vida y donarlo al mundo «para que el mundo se salve por él» (Jn 3,17).
Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de la Inmaculada ilumina como un faro el período de Adviento, que es un tiempo de vigilante y confiada espera del Salvador. Mientras salimos al encuentro de Dios que viene, miramos a María que «brilla como signo de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios en camino» (Lumen gentium, 68)…
           En la solemnidad de la Inmaculada Concepción contemplamos a la Madre de Dios, llena de gracia y hermosura, y le pedimos que nos ayude a vivir cada día completamente entregados al servicio de nuestros hermanos. ¡Feliz fiesta de la Inmaculada!

sábado, 7 de diciembre de 2013

EL ADVIENTO, TIEMPO DE ESPERA
Benedicto XVI, pp emérito.

     Con el primer domingo de Adviento la Iglesia inicia un nuevo Año litúrgico, un nuevo camino de fe que, por una parte, conmemora el acontecimiento de Jesucristo, y por otra, se abre a su cumplimiento final. Precisamente de esta doble perspectiva vive el tiempo de Adviento, mirando tanto a la primera venida del Hijo de Dios, cuando nació de la Virgen María, como a su vuelta gloriosa, cuando vendrá a «juzgar a vivos y muertos», como decimos en el Credo. Sobre este sugestivo tema de la «espera» quiero detenerme ahora brevemente, porque se trata de un aspecto profundamente humano, en el que la fe se convierte, por decirlo así, en un todo con nuestra carne y nuestro corazón.
     La espera, el esperar, es una dimensión que atraviesa toda nuestra existencia personal, familiar y social. La espera está presente en mil situaciones, desde las más pequeñas y banales hasta las más importantes, que nos implican totalmente y en lo profundo. Pensemos, entre estas, en la espera de un hijo por parte de dos esposos; en la de un pariente o de un amigo que viene a visitarnos de lejos; pensemos, para un joven, en la espera del resultado de un examen decisivo, o de una entrevista de trabajo; en las relaciones afectivas, en la espera del encuentro con la persona amada, de la respuesta a una carta, o de la aceptación de un perdón... Se podría decir que el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza. Y al hombre se lo reconoce por sus esperas: nuestra «estatura» moral y espiritual se puede medir por lo que esperamos, por aquello en lo que esperamos.
     Cada uno de nosotros, por tanto, especialmente en este tiempo que nos prepara a la Navidad, puede preguntarse: ¿yo qué espero? En este momento de mi vida, ¿a qué tiende mi corazón? Y esta misma pregunta se puede formular en el ámbito de familia, de comunidad, de nación. ¿Qué es lo que esperamos juntos? ¿Qué une nuestras aspiraciones? ¿Qué tienen en común? En el tiempo anterior al nacimiento de Jesús, era muy fuerte en Israel la espera del Mesías, es decir, de un Consagrado, descendiente del rey David, que finalmente liberaría al pueblo de toda esclavitud moral y política e instauraría el reino de Dios.
     Pero nadie habría imaginado nunca que el Mesías pudiese nacer de una joven humilde como era María, prometida del justo José. Ni siquiera ella lo habría pensado nunca, pero en su corazón la espera del Salvador era tan grande, su fe y su esperanza eran tan ardientes, que él pudo encontrar en ella una madre digna. Por lo demás, Dios mismo la había preparado, antes de los siglos. Hay una misteriosa correspondencia entre la espera de Dios y la de María, la criatura «llena de gracia», totalmente transparente al designio de amor del Altísimo.
     Aprendamos de ella, Mujer del Adviento, a vivir los gestos cotidianos con un espíritu nuevo, con el sentimiento de una espera profunda, que sólo la venida de Dios puede colmar.