TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

sábado, 26 de abril de 2014

DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA




     Durante los años treinta, cuando comenzaba a gestarse la segunda guerra mundial, nuestro Señor Jesucristo entregó a la humanidad, a través de Santa María Faustina Kowalska, una serie de mensajes. Estos mensajes, cargados de esperanza y premura, nos indican que debemos dirigir nuestra mirada hacia Él, reconociendo y valorando el sacrificio que hizo por nosotros.
     Lamentablemente en estos días pareciera que los hombres, en un sentido genérico, han olvidado el objetivo final de la vida, el ser dignos de alcanzar la Gracia de Dios. Esta perdida de rumbo genera un vacío imposible de llenar. Algunos intentan revertir lo anterior por medio de posesiones materiales. Otros, consideran que esta necesidad de "algo" puede ser cubierta disfrutando de la vida al máximo, justificando conductas que los alejan aún más del propósito antes mencionado. Será tarea de cada uno el identificar cual es su objetivo.
     Los mensajes mencionados se refieren a la Misericordia infinita que siente Nuestro Señor Jesucristo, por cada uno de nosotros. Él reconoce nuestra miseria, se compadece de nuestras vidas llenas de cansancio, tristeza, errores y vacíos. Él nos tiende una mano ofreciéndonos su ayuda y el perdón de nuestras faltas.
     Estos relatos en sí nos demuestran la Misericordia del Señor, ya que es Él quién nos busca, nos tiende una mano, nos alienta y nos ofrece su perdón. No podemos desperdiciar esta maravillosa invitación.
     Todos tenemos la certeza que algún día moriremos, que nuestra vida terrenal llegará a su fin. Esta verdad nos causa incertidumbre o inclusive miedo. Aunque pretendamos alargar nuestras vidas, de todos modos cuando Dios así lo disponga, moriremos. En vista de esta realidad imposible de cambiar, nuestro Señor Jesucristo nos dice que siempre debemos estar preparados. Precisamente la devoción a la Divina Misericordia, así como lo menciona Jesús, es nuestra última oportunidad para prepararnos antes de la justa justicia de nuestro Padre.

     La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicó el 5 de mayo del 2000 un decreto en el que se establece, por indicación de Juan Pablo II, la fiesta de la Divina Misericordia, que tendrá lugar el segundo domingo de Pascua. La denominación oficial de este día litúrgico será “segundo domingo de Pascua o de la Divina Misericordia.
     Ya el Papa lo había anunciado durante la canonización de Sor Faustina Kowalska, el 30 de abril de 2000: “En todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre de domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros”. El Papa le dedicó una de sus encíclicas a la Divina Misericordia (“DIVES IN MISERICORDIA”).
    
DECRETO
Se concede la indulgencia plenaria, con las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice) al fiel que, en el domingo segundo de Pascua, llamado de la Misericordia divina, en cualquier iglesia u oratorio, con espíritu totalmente alejado del afecto a todo pecado, incluso venial, participe en actos de piedad realizados en honor de la Misericordia divina, o al menos, rece en presencia del santísimo sacramento de la Eucaristía, públicamente expuesto o conservado en el Sagrario, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús misericordioso (por ejemplo, "Jesús misericordioso, confío en ti").
     Además, los navegantes, que cumplen su deber en la inmensa extensión del mar; los innumerables hermanos a quienes los desastres de la guerra, las vicisitudes políticas, la inclemencia de los lugares y otras causas parecidas han alejado de su patria; los enfermos y quienes les asisten, y todos los que por justa causa no pueden abandonar su casa o desempeñan una actividad impostergable en beneficio de la comunidad, podrán conseguir la indulgencia plenaria en el domingo de la Misericordia divina si con total rechazo de cualquier pecado, como se ha dicho antes, y con la intención de cumplir, en cuanto sea posible, las tres condiciones habituales, rezan, frente a una piadosa imagen de nuestro Señor Jesús misericordioso, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús misericordioso (por ejemplo, "Jesús misericordioso, confío en ti").
Si ni siquiera eso se pudiera hacer, en ese mismo día podrán obtener la indulgencia plenaria los que se unan con la intención a los que realizan del modo ordinario la obra prescrita para la indulgencia y ofrecen a Dios misericordioso una oración y a la vez los sufrimientos de su enfermedad y las molestias de su vida, teniendo también ellos el propósito de cumplir, en cuanto les sea posible, las tres condiciones prescritas.
Se concede la indulgencia parcial al fiel que, al menos con corazón contrito, eleve al Señor Jesús misericordioso una de las invocaciones piadosas legítimamente aprobadas.

     Los sacerdotes que desempeñan el ministerio pastoral, sobre todo los párrocos, informen oportunamente a sus fieles acerca de esta saludable disposición de la Iglesia, préstense con espíritu pronto y generoso a escuchar sus confesiones, y en el domingo de la Misericordia divina, después de la celebración de la santa misa o de las vísperas, o durante un acto de piedad en honor de la Misericordia divina, dirijan, con la dignidad propia del rito, el rezo de las oraciones antes indicadas; por último, dado que son "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5, 7), al impartir la catequesis impulsen a los fieles a hacer con la mayor frecuencia posible obras de caridad o de misericordia, siguiendo el ejemplo y el mandato de Jesucristo, como se indica en la segunda concesión general del "Enchiridion Indulgentiarum".
     Este decreto tiene vigor perpetuo.
Dado en Roma, en la sede de la Penitenciaría apostólica, el 29 de junio de 2002, en la solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles.


Mensaje del obispo de Cádiz y Ceuta,  con motivo del tiempo de Pascua.


Queridos amigos ¡Feliz Pascua!

     “Cristo, mi amor y mi esperanza ¡ha resucitado!”. Así se expresa la liturgia de la noche pascual cuya luz se extiende durante cincuenta días y que adquiere un resplandor de gracia sin igual en la llamada Octava de Pascua. Estos ocho primeros días pascuales que estamos viviendo tienen su culmen en el domingo inmediatamente posterior al de Resurrección, instituido como “Domingo de la Divina Misericordia” por Juan Pablo II, quien providencialmente murió el día de esta fiesta  y que será canonizado esta misma semana en dicho domingo. 
     Providencialmente iré a Roma representando a nuestra iglesia diocesana para vivir este acontecimiento de gracia.  Lo viviremos, con los sacerdotes y algunos jóvenes que me acompañan, juntamente con la canonización del otro gran testigo de la misericordia divina, Juan XXIII. Os llevo a todos en mi oración para pedir sobre nuestra querida diócesis una renovadora efusión de su Misericordia.
     Verdaderamente, Dios es Misericordia y nosotros así lo experimentamos continuamente. Por eso nosotros sabemos que la Resurrección de Jesús no es simplemente una manera de decir que su mensaje sigue vivo entre nosotros. No es sólo su mensaje, sino que es Él mismo quien está vivo, resucitado. Y nosotros experimentamos cotidianamente su presencia resucitada, misteriosa. Una presencia que hoy también nos dice como entonces: No temáis, Yo estoy con vosotros hasta el fin de los tiempos. Su presencia resucitada en medio de nosotros es misteriosa porque la sentimos cercana pero al mismo tiempo, a veces, es difícil de reconocer, como leemos estos días que les pasó a los caminantes de Emaús o a la misma María Magdalena. Sin embargo si confiamos y nos dejamos seducir por la suavidad de su gracia nuestro corazón empieza a arder de nuevo y como santo Tomás finalmente confesamos postrados a sus pies: Señor mío y Dios mío. Esto es lo que quiere el Señor de nosotros estos días de Pascua: la entrega total de nuestra vida. Darle nuestra vida cotidiana, nuestro trabajo, nuestras relaciones, nuestro descanso para que Él viva en nosotros y nosotros en Él. Sencillamente esto: Permaneced en Mí y yo permaneceré en vosotrosEl que permanece en Mí da fruto abundante. Pero dejarle tomar posesión significa que Él pueda hacer libremente su obra en nosotros. Como decía la Madre Teresa de Calcuta: “Darle todo lo que pida y dejar que tome todo lo que quiera aún sin que nos lo haya pedido”. Sí, éste es su sueño, por el que se ha hecho hombre, ha sufrido y muerto y finalmente ha resucitado: que se cumpla en nosotros el proyecto del Padre, ser hijos, coherederos con Él de la vida eterna y construir, junto a Él, un mundo de amor.
     Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Él les dice a las mujeres en la mañana del primer domingo de la historia: Id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea, yo iré delante de ellos, allí me verán. Es decir, les envía a la misión. Ved que no se desdice de llamarnos hermanos, amigos, compañeros de misión, porque la Resurrección de Jesús es el comienzo de la misión de la Iglesia, y ésta consiste en llevar el Amor misericordioso del Padre a todos los hombres, especialmente los más necesitados de su ternura.  Juan Pablo II insistía en que el tiempo pascual y especialmente esta primera semana, debía ser el tiempo de la misericordia, tiempo de recibir el sacramento de la Reconciliación –enriquecido con la indulgencia plenaria si se confiesa y comulga en el Domingo de la Misericordia-  y tiempo de llevar esa misericordia a “nuestra Galilea”, allí donde está nuestra misión: nuestras casas, nuestros trabajos, las personas que sabemos que Él nos encomienda aunque nos cueste amarles. Él nos ha prometido que allí le veremos, le encontraremos al salir de nosotros mismos por la fuerza de su Espíritu Santo.
     Recibid el Espíritu Santo y llevad la Misericordia al mundo entero, dijo Jesús resucitado a sus apóstoles. Y aquella misma tarde de domingo las puertas de la Iglesia, antes cerradas por el miedo, se abrieron de par en par para no volver a cerrarse jamás.  Deseo vivamente que se cumpla en nosotros la encomienda de Cristo.
     La misión ha comenzado, hagamos realidad su mandato. Que se haga presente su vida, que nos haga vivir su Misericordia Mis queridos hermanos y amigos, sacerdotes, religiosos y consagrados, laicos de todas las parroquias, de asociaciones, movimientos, cofradías, cuantos servís a la caridad, a la liturgia, o en la catequesis: Cristo ha resucitado y desde entonces todo es posible, el futuro es nuestro. ¡Buena y Santa Pascua!


 +Rafael Zornoza Boy,
Obispo de Cádiz y Ceuta

domingo, 20 de abril de 2014



EL TRIDUO PASCUAL Y SU SIGNIFICACIÓN (III)


Domingo  de  resurrección, último día del triduo
                                                                                                                                                          
      El domingo de resurrección fundamentalmente es una vigilia, la vigilia pascual. La pascua del Éxodo era ya noche de vigilias en honor de Yavé (Ex 12,42). El apócrifo Epístola Apostolorum (s. II) subraya este aspecto, que probablemente se remonta a los tiempos apostólicos.
     Es esta tradición la que recoge el misal actual al advertir que se trata de una celebración nocturna, y que por lo tanto no ha de empezar antes del inicio de la noche y ha de terminar antes del amanecer; así se da cumplimiento al mandato del Señor “la noche santa rompe el ayuno”, y es la inauguración de la gran fiesta de alegría cincuentenaria. Es el tercer día del triduo, como el paso del duelo a la fiesta, de la muerte a la vida, juntamente con el Señor. De todos los tiempos, es la noche de la celebración sacramental de la pascua por la palabra, el bautismo y la eucaristía. La originalidad de la pascua es el hecho de ser la eucaristía que alcanza su máxima expresividad por encima de las restantes celebraciones del año de tener encendidas las lámparas (Lc 12,35ss).
     La liturgia de la palabra es mucho más larga que la habitual; y la liturgia sacramental no sólo celebra la eucaristía, sino también el bautismo. El antiquísimo rito del lucernario, utilitario y simbólico, de Jerusalén y del Oriente, dará lugar al del alumbramiento del cirio pascual. En el s. XII entrará en ella la bendición del mismo y la procesión.

     La complicada historia de las lecturas bíblicas de la vigilia pascual no quita su importancia central en la liturgia, sino al contrario. Haciéndose eco de esta tradición, la liturgia actual no teme afirmar que ellas constituyen el elemento fundamental de la vigilia. La liturgia de la palabra es el memorial agradecido por la salvación, recordada por unas referencias históricas-base, que culminan en el Cristo de la pascua.
     Las tres últimas lecturas están más directamente orientadas hacia la celebración inmediata del bautismo. A la lectura del Nuevo Testamento (Rom 6,3-11), igualmente bautismal, sigue el relato evangélico de la resurrección.
     Las oraciones del final de las lecturas continúan su vieja función, heredada de los sacramentariós, de actualizar la salvación en Cristo, anunciada en la lectura, al tiempo que los responsorios bíblicos invitan a la contemplación agradecida de la misma.
     Hoy continúa siendo la noche por excelencia del bautismo por la entrañable vinculación del sacramento con el misterio de la muerte y resurrección, de acuerdo con la teología paulina.
     La gran vigilia llega a la cima con la eucaristía nocturna, que inicia el domingo de resurrección. Es la eucaristía por antonomasia, en que el neófito y todo cristiano ha sido adentrado en la comunión con Cristo, nuestra pascua, en la espera de la venida gloriosa del Señor. La eucaristía pascual, culminación del memorial de la muerte y resurrección del Señor hasta que venga. El paso de la austeridad a la alegría es la iniciación de la fiesta para siempre, simbolizada en pentecostés (= cincuenta días).
 Joan Bellavista

sábado, 19 de abril de 2014



 EL TRIDUO PASCUAL Y SU SIGNIFICACIÓN (II)

 


Sábado santo, segundo día del triduo


                                                                                                                                              
El significado del día está puesto de relieve por la presentación que el misal hace del mismo. La iglesia, dice, durante el sábado santo permanece junto al sepulcro del Señor meditando su pasión. El gran sábado de la liturgia bizantina está envuelto en los mismos sentimientos.
Lo más probable es que el ayuno fuera la única forma de celebración primitiva. Por lo menos la tradición ha visto siempre este sábado como un día alitúrgico, es decir, en el que la iglesia se abstiene de la celebración eucarística. Por ello el altar queda desnudo.
El sábado, como día de oración y reposo, encuentra en la oración de las horas su única celebración. Tiene un marcado acento de una celebración pública del oficio de lecturas con asistencia del pueblo 'En este oficio de lecturas, de acuerdo con el gran silencio y reposo del Señor —según la antigua homilía que en él se lee—, pregustamos la salvación universal anunciada a los justos del ANTIGUO TESTAMENTO: "Dios hecho hombre se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde hace siglos..., ha puesto en movimiento a la región de los muertos", en el misterioso encuentro con los que se hallaban en dicha prisión (1 Pe 3,19). En el oficio la iglesia confía participar del reposo y triunfo del Señor. En las vísperas, celebradas pocas horas antes de la vigilia pascual, domina esta esperanza ante la inminencia de la resurrección.
 Joan Bellavista