TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

jueves, 20 de agosto de 2015

AGOSTO 2015
«Vivid en el amor» (Ef 5, 2).
En estas palabras está contenida toda la ética cristiana. El actuar humano, si quiere ser como Dios lo concibió al crearnos, es decir, auténticamente humano, debe estar animado por el amor. Para llegar a la meta, el camino -metáfora de la vida- debe estar guiado por el amor, compendio de toda la ley.
El apóstol Pablo dirige esta exhortación a los cristianos de Éfeso como conclusión y síntesis de lo que acaba de escribirles sobre el modo de vivir cristiano: pasar del hombre viejo al hombre nuevo, ser auténticos y sinceros unos con otros, no robar, saber perdonarse, obrar el bien... En una palabra, «vivir en el amor».
Convendrá leer entera la frase de la que está sacada esta incisiva palabra que nos va a acompañar durante todo el mes: «Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor».
Pablo está convencido de que todo comportamiento nuestro debe tener como modelo el de Dios. Si el amor es la señal distintiva de Dios, debe serlo también de sus hijos: en esto deben imitarlo.
Pero ¿cómo podemos conocer el amor de Dios? Para Pablo está clarísimo: este se revela en Jesús, quien muestra cómo y cuánto ama Dios. El apóstol lo ha experimentado en primera persona: «Me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20), y ahora lo revela a todos para que se convierta en la experiencia de toda la comunidad.
«Vivid en el amor».
¿Cuál es la medida del amor de Jesús, sobre el cual debemos modelar nuestro amor?
Como sabemos, no tiene límites, no excluye a nadie ni muestra preferencias por nadie. Jesús murió por todos, incluidos sus enemigos, quienes lo estaban crucificando, tal como el Padre, que con su amor universal hace salir el sol y manda la lluvia sobre todos, buenos y malos, pecadores y justos. Jesús supo preocuparse sobre todo de los pequeños y de los pobres, de los enfermos y de los excluidos; amó con intensidad a sus amigos; estuvo especialmente cerca de sus discípulos... No escatimó su amor, llegó al extremo de entregar la vida.
Y ahora llama a todos a compartir su mismo amor, a amar como Él amó.
Puede damos miedo esta llamada por demasiado exigente. ¿Cómo podemos ser imitadores de Dios, que ama a todos, siempre, tomando la iniciativa? ¿Cómo amar con la medida del amor de Jesús? ¿Cómo estar «en el amor», tal como nos requiere la Palabra de vida?
Solo es posible si antes hemos hecho nosotros mismos la experiencia de ser amados. En la frase «vivid en el amor como Cristo os amó», la expresión «como» puede significar también «porque».
«Vivid en el amor».
Aquí caminar[1] equivale a actuar, a comportarse, como indicando que cualquier acción nuestra debe estar inspirada y movida por el amor. Pero quizá no sea casual que Pablo utilice esta palabra dinámica para recordarnos que a amar se aprende, que hay todo un camino por recorrer para alcanzar la generosidad del corazón de Dios. Él usa también otras imágenes para indicar la necesidad de progresar constantemente, como el crecimiento que lleva a los recién nacidos hasta la edad adulta (cf. 1 Co 3, 1-2), el desarrollo de una plantación, la construcción de un edificio, la carrera en el estadio para conquistar el premio (cf. 1 Co 9, 24).
Nunca podemos decir que lo hemos conseguido. Hace falta tiempo y constancia para alcanzar la meta, sin rendirse ante las dificultades, sin dejarse nunca desanimar por los fracasos y errores, dispuestos siempre a volver a empezar sin resignarse a la mediocridad.
Agustín de Hipona, quizá pensando en su sufrido camino, escribía a propósito de esto: «Desagrádete siempre lo que eres si quieres llegar a lo que aún no eres, pues donde hallaste complacencia en ti, allí te quedaste. Mas si has dicho: "Es suficiente", también pereciste. Añade siempre algo, camina continuamente, avanza sin parar; no te pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Quien no avanza, queda parado[2]».
«Vivid en el amor».
¿Cómo proceder con más celeridad por el camino del amor?
Puesto que la invitación se dirige a toda la comunidad -«vivid»- será útil ayudarse mutuamente. En verdad es triste y difícil emprender un viaje uno solo.
Podríamos comenzar buscando la ocasión de repetirnos de nuevo entre nosotros -amigos, familiares, miembros de la misma comunidad cristiana...- la voluntad de caminar juntos.
Podríamos compartir las experiencias positivas de cómo hemos amado, para aprender así unos de otros.
Podemos comunicar, a quienes puedan comprendernos, los errores cometidos y las desviaciones del camino, para corregimos.
También la oración en comunidad podrá damos luz y fuerza para avanzar.
Unidos entre nosotros y con Jesús en medio de nosotros -¡el Camino!- recorreremos hasta el final nuestro «santo viaje»: sembraremos amor en tomo a nosotros y alcanzaremos la meta: el Amor.
Fabio Ciardi
[1] La versión de la Biblia que utiliza el autor (CEI) dice Camminate nella caritá: "Caminad en la caridad”. En su comentario, el P. Fabio Ciardi recurre repetidamente al camino como metáfora de la vida (NdT).
[2] Agustín de Hipona, Sermón 169, 8.

sábado, 8 de agosto de 2015

DOMINGO 9 DE AGOSTO, 19º DEL TIEMPO ORDINARIO



« … EL PAN VIVO BAJADO DEL CIELO »




     Leemos en la Primera lectura que el Profeta Elías, huyendo de Jetzabel, se dirigió al Horeb, el monte santo. Durante el largo y difícil viaje se sintió cansado y deseó morir. "Basta, Yahvé. Lleva ya mi alma, que no soy mejor que mis padres. Y echándose allí, se quedó dormido". Pero el Ángel del Señor le despertó, le ofreció pan y le dijo: "Levántate y come, porque te queda todavía mucho camino. Elías se levantó, comió y bebió, y anduvo con la fuerza de aquella comida cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios. Lo que no hubiera logrado con sus propias fuerzas, lo consiguió con el alimento que el Señor le proporcionó cuando más desalentado estaba.
     El monte santo al que se dirige el Profeta es imagen del Cielo; el trayecto de cuarenta días lo es del largo viaje que viene a ser nuestro paso por la tierra, en el que también encontramos tentaciones, cansancio y dificultades. En ocasiones, sentimos flaquear el ánimo y la esperanza. De manera semejante al Ángel, la Iglesia nos invita a alimentar nuestra alma con un pan del todo singular, que es el mismo Cristo presente en la Sagrada Eucaristía. En Él encontramos siempre las fuerzas necesarias para llegar al Cielo, a pesar de nuestra flaqueza.
     A la Sagrada Comunión se le llamó Viático, en los primeros tiempos del Cristianismo, por la analogía entre este sacramento y el viático o provisiones alimenticias y pecuniarias que los romanos llevaban consigo para las necesidades del camino. Más tarde se reservó el término Viático para designar el conjunto de auxilios espirituales, de modo particular la Sagrada Eucaristía, con que la Iglesia pertrecha a sus hijos para la última y definitiva etapa del viaje hacia la eternidad.
     También podemos recordar hoy en nuestra oración la responsabilidad, en ocasiones grave, de hacer todo lo que está de nuestra parte para que ningún familiar, amigo o colega muera sin los auxilios espirituales que nuestra Madre la Iglesia tiene preparados para la etapa última de su vida.
     Es la mejor y más eficaz muestra de caridad y cariño, quizá la última, con esas personas aquí en la tierra. El Señor premia con una alegría muy grande cuando hemos cumplido con ese gratísimo deber, aunque en algunas ocasiones pueda resultar algo difícil y costoso.

     "Yo soy el pan de vida", nos dice Jesús en el Evangelio de la Misa (...). "Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo".
     Hoy nos recuerda el Señor con fuerza la necesidad de recibirle en la Sagrada Comunión para participar en la vida divina, para vencer en las tentaciones, para que crezca y se desarrolle la vida de la gracia recibida en el Bautismo. El que comulga en estado de gracia, además de participar en los frutos de la Santa Misa, obtiene unos bienes propios y específicos de la Comunión eucarística: recibe, espiritual y realmente, al mismo Cristo, fuente de toda gracia. La Sagrada Eucaristía es, por eso, el mayor sacramento, centro y cumbre de todos los demás. Esta presencia real de Cristo da a este sacramento una eficacia sobrenatural infinita.
     No hay mayor felicidad en esta vida que recibir al Señor. En la Comunión, el poder divino sobrepasa todas las limitaciones humanas, y bajo las especies eucarísticas se nos da Cristo entero. La Sagrada Eucaristía nos fortalece y aleja de nosotros la debilidad y la muerte: el alimento eucarístico nos libra de los pecados veniales, que causan la debilidad y la enfermedad del alma, y nos preserva de los mortales, que le ocasionan la muerte.
    

     "Por la frecuente o diaria Comunión, resulta más exuberante la vida espiritual, se enriquece el alma con mayor efusión de virtudes y se da al que comulga una prenda aún más segura de la eterna felicidad" (Pablo VI, Instr. Eucharisticum Mysterium, 15-VIII-1967, 37). Del mismo modo como el alimento natural permite crecer al cuerpo, la Sagrada Eucaristía aumenta la santidad y la unión con Dios, "porque la participación del Cuerpo y Sangre de Cristo no hace otra cosa sino transfigurarnos en aquello que recibimos" (Ib). 


San Juan Pablo II, pp