TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

sábado, 28 de noviembre de 2015

DOMINGO 29 DE DICIEMBRE, 1º DE ADVIENTO



Viene el Señor: tiempo de adviento



     Comenzamos en este domingo un nuevo Año litúrgico, a lo largo del cual iremos celebrando el misterio de Cristo desde distintas perspectivas. Siempre el misterio de Cristo, para que vaya calando en nosotros hasta identificarnos con él. La liturgia cristiana tiene esta virtud y este poder de ir transformándonos según vamos celebrando sus misterios. Se trata no sólo de un recuerdo de los distintos aspectos del misterio, sino de una actualización real del mismo hasta que Cristo viva plenamente en nosotros.
     El adviento inaugura todo el Año litúrgico y por eso lo vivimos en actitud de esperanza y abiertos a las nuevas gracias que nos traiga, desde el nacimiento de Jesús hasta el envío del Espíritu Santo, pasando por el misterio pascual de su muerte y resurrección. Qué nos traerá este Año litúrgico en concreto. Será el Año de la misericordia, y podemos esperar fundadamente gracias abundantes de conversión para nosotros y para los demás. Hemos de comenzar este nuevo Año con deseo de aprovechar y los frutos vendrán a su tiempo.
     Pero el adviento es preparación para la venida del Señor, en su doble aspecto: la venida al final de los tiempos, que coincide con el final de nuestra propia vida; y la venida del Señor en la Navidad, que recuerda y celebra aquella primera venida en carne del Hijo de Dios hecho hombre en el seno virginal de María.
     El centro del adviento es Jesús, no podía ser otro. Jesús presente ya, pero ausente todavía. Celebramos la venida del Señor. Llegará un año litúrgico que lo comenzaremos en la tierra y lo culminaremos en el cielo. Y el cielo es encontrarle a él definitivamente y para siempre. El cielo es estar con Cristo para siempre. El adviento nos prepara a eso, y la liturgia nos pone en los labios y en el corazón ese grito de esperanza: Ven, Señor Jesús!
     Y junto a Jesús, su Madre bendita. Para venir a este mundo, Dios ha preparado una mujer, como la más bella y bendita entre todas las mujeres: María. Y esta mujer ocupa el centro del tiempo de adviento, porque lleva en su vientre virginal nada menos que al Creador del mundo, que se ha hecho carne en ella por obra del Espíritu Santo. Por eso, María nos puede enseñar mejor que nadie a recibir a Jesús en nuestros corazones, a abrazarlo con amor como lo ha hecho ella y a llevarlo a los demás, como nos lo ha entregado ella. Precisamente en este tiempo de adviento y como una primicia de la redención que Cristo trae para todos celebraremos la fiesta de la Inmaculada.
     Juan el Bautista aparece frecuentemente durante el tiempo de adviento. Es el personaje –el más grande de los nacidos de mujer- que nos invita a preparar los caminos al Señor con actitud penitencial. El tiempo de adviento es tiempo penitencial, particularmente para purificar la esperanza, en el doble sentido de cancelar la memoria del mal ya perdonado y depurar los proyectos para que se ajusten a los planes de Dios. Juan Bautista nos señalará al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
     Tiempo de adviento, tiempo de gozosa esperanza. Y Dios es fiel a sus promesas. Comencemos el Año litúrgico con el deseo de recibir a Jesús, que viene a nosotros de múltiples maneras. Al final de la historia, al final de nuestra vida personal. Y en esta próxima Navidad. Con María y con José lo esperamos anhelantes. Ven, Señor Jesús.
     Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Mons. Demetrio Fernández González- Obispo de Córdoba


miércoles, 25 de noviembre de 2015

CARTA PASTORAL AL INICIO DEL CURSO - 2015-2016 (II)



BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS



LA BUENA NUEVA A LOS POBRES

   La misericordia muestra el camino de la opción preferente por los pobres. Jesús se identificó con los pobres y necesitados: “’Tuve hambre y me disteis de comer’, y enseñó que la misericordia hacia ellos es la llave del cielo (cf. Mt 25,35s)” (EG, n. 197). El Papa anuncia la buena noticia a los pobres, dándoles prioridad no solo en su amor preferencial y en su cuidado solidario, sino también en su visión teológico-pastoral. Poniendo a los pobres al centro de la atención, el Papa encarna la caridad de la Iglesia, o sea, el testimonio más evidente que Dios es Amor, llamando a todos los discípulos de Cristo a demostrar con gestos concretos y palabras creíbles este evangelio. Nada mejor para renovar la Iglesia que ponerse “en salida” hacia los necesitados y desvalidos, a los heridos en el cuerpo y en el alma, haciendo de esta actitud la base de la conversión misionera de la Iglesia. Nada más concreto que la misericordia, la ternura de Dios, la confianza sin límites en su bondad, como itinerario del Año jubilar de la misericordia. “Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina” (n.15). Más aún, en cada uno de los necesitados hemos de ver a Cristo mismo (cf. Mt 25, 31-45).
   Nuestra dedicación y esfuerzo a través de la comunicación cristiana de bienes que se hace, sobre todo, a través de Cáritas, ha de implicarnos al máximo para compartir nuestros bienes con los muchos necesitados de nuestra diócesis. Cómo no valorar los esfuerzos de Cáritas, de nuestra Delegación de Emigrantes, de la Pastoral de enfermos, de la Pastoral Penitenciaria, la presencia cristiana en el mundo obrero, etc. La propuesta del Santo Padre a vivir las Obras de Misericordia, que son el camino habitual del amor cristiano, debe marcar nuestro jubileo para socorrer a los menesterosos y hacer caritativos nuestros corazones. Invito a cada parroquia, asociación o movimiento, comunidad religiosa, delegación diocesana etc. a programar sus propios objetivos y medios para ponerlas en práctica a lo largo de este curso.
     Que la Iglesia sea “casa de hospitalidad” (neologismo del Papa Francisco en su reciente visita a América) de modo que nadie cierre el corazón al otro. Es necesario evangelizar antes el corazón y después el resto para no excluir a nadie y para no quedarse excluido del amor de Dios. Una iglesia que sigue al pueblo es capaz de vibrar ante las pobrezas (material y moral, heridas del corazón, desesperanzas; cf. Francisco a los Movimientos Populares en Bolivia), pero sobre todo a los pobres y descartados de la sociedad.

+Mons. Rafael Zornoza Boy-Obispo de Cádiz-Ceuta