TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

jueves, 31 de diciembre de 2015

Soñemos al comienzo de este nuevo año


         ¡Feliz año! Este será el saludo más frecuente en estos días y con esta expresión se exteriorizan muchísimos sentimientos y deseos. A mi modo de ver, creo que necesitamos expresiones positivas, porque en medio de las incertidumbres que condicionan el futuro a causa de la política, la economía y, sobre todo, el día a día, la gente pide una palabra de aliento, busca dónde sostenerse, en qué creer y quiere cimentarse en lo que le sirva de fuente de esperanza.

     Con estas líneas deseo que vayan también mis sentimientos de paz y de bien para todos, a la vez que os invito a participar en todos los acontecimientos que ofrecerá este Año de la Misericordia, porque serán ocasiones de acercarse a Dios y a los hermanos. En primer lugar, renovando la fe y escuchando a Dios nos ayudará a acercarnos al misterio del Amor de Dios que perdona y purifica y; en segundo lugar, siendo solidarios con los pobres, practicando las obras de misericordia, siguiendo a Jesús, y avivando la esperanza en el Reino de Dios, nos sentiremos impulsados a afrontar con realismo la actual situación social, incluso con sus elementos contrapuestos y sus aspectos negativos.
     Os deseo a todos para este año nuevo una mayor cercanía a la Palabra de Dios, capacidad de escucha, saber hacer silencio y sencillez de corazón. En la Palabra de Dios tenemos la luz necesaria para afrontar nuestro día a día y para dar respuesta a todas las cuestiones que se nos presenten, porque el Evangelio contempla y valora el ser del hombre. Soñaré que se hace realidad en nuestras comunidades la ilusión por el anuncio de la Buena Nueva y la sensibilidad necesaria para seguir potenciando grupos solidarios, despertando a muchos para la generosidad del voluntario, creando escuelas de formación para la misericordia y la caridad. En nuestras manos está hacer realidad el sueño de que desaparezcan todo tipo de violencias y atendamos seriamente a los más pobres y necesitados.
     Comencemos por aceptar que será necesario un cambio radical de vida, porque a esto nos lleva el haber elegido el Plan de Dios. Os propongo un texto del documento de la Conferencia Episcopal, La Iglesia, servidora de los pobres, que dice lo siguiente: También nosotros, si queremos ser hoy buena noticia para los pobres y hacerles presente el Evangelio del amor compasivo y misericordioso de Dios, tenemos que ponernos en actitud de conversión, tal como nos lo propone el papa Francisco, en Evangelii Gaudium, 25: «Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una pastoral de conversión y misionera que no puede dejar las cosas como están».
     Deseo para el año 2016, que Dios bendiga nuestra Diócesis, a la Iglesia Universal que ha puesto en marcha el Año Jubilar de la Misericordia, al Santo Padre Francisco y a toda la familia de la humanidad.
+ José Manuel Lorca Planes - Obispo de Cartagena

«Laudato si’, mi’ Signore»

RESUMEN DE LA ENCÍCLICA

(Fin)

     Este texto se ofrece como apoyo para una primera lectura de la Encíclica, ayudando a tener una visión de conjunto y detectar las líneas de fondo. En primer lugar se ofrece una presentación en conjunto, y luego se realiza un recorrido por cada capítulo. En él se señala su objetivo y reproduce algunos párrafos clave. Los números entre paréntesis remiten a los párrafos de la Encíclica. 

Capítulo quinto – Algunas líneas orientativas y de acción

     Este capítulo afronta la pregunta sobre qué podemos y debemos hacer. Los análisis no bastan: se requieren propuestas «de diálogo y de acción que involucren tanto a cada uno de nosotros como a la política internacional» (15) y «que nos ayuden a salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo» (163). Para el Papa Francisco es imprescindible que la construcción de caminos concretos no se afronte de manera ideológica, superficial o reduccionista. Para ello es indispensable el diálogo, término presente en el título de cada sección de este capítulo: «Hay discusiones sobre cuestiones relacionadas con el ambiente, donde es difícil alcanzar consensos. [...] la Iglesia no pretende definir las cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero [yo] invito a un debate honesto y transparente, para que las necesidades particulares o las ideologías no afecten al bien común(188).
     Sobre esta base el Papa Francisco no teme formular un juicio severo sobre las dinámicas internacionales recientes: «las Cumbres mundiales sobre el ambiente de los últimos años no respondieron a las expectativas porque, por falta de decisión política, no alcanzaron acuerdos ambientales globales realmente significativos y eficaces» (166). Y se pregunta «¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo? (57). Son necesarios, como los Pontífices han repetido muchas veces a partir de la Pacem in terris, formas e instrumentos eficaces de gobernanza global (175): «necesitamos un acuerdo sobre los regímenes de gobernanza global para toda la gama de los llamados “bienes comunes globales”» (174), dado que «“la protección ambiental no puede asegurarse sólo en base al cálculo financiero de costos y beneficios. El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente”» (190, que cita las palabras del Compendio de la doctrina social de la Iglesia).
     Igualmente en este capítulo, el Papa Francisco insiste sobre el desarrollo de procesos de decisión honestos y transparentes, para poder “discernir” las políticas e iniciativas empresariales que conducen a un «auténtico desarrollo integral» (185). En particular, el estudio del impacto ambiental de un nuevo proyecto «requiere procesos políticos transparentes y sujetos al diálogo, mientras la corrupción, que esconde el verdadero impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores, suele llevar a acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente» (182).
     La llamada a los que detentan encargos políticos es particularmente incisiva, para que eviten «la lógica eficientista e inmediatista» (181) que hoy predomina. Pero «si se atreve a hacerlo, volverá a reconocer la dignidad que Dios le ha dado como humano y dejará tras su paso por esta historia un testimonio de generosa responsabilidad» (181).

Capítulo sexto – Educación y espiritualidad ecológica

     El capítulo final va al núcleo de la conversión ecológica a la que nos invita la Encíclica. La raíz de la crisis cultural es profunda y no es fácil rediseñar hábitos y comportamientos. La educación y la formación siguen siendo desafíos básicos: «todo cambio necesita motivaciones y un camino educativo» (15). Deben involucrarse los ambientes educativos, ante todo «la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis» (213).
     El punto de partida es “apostar por otro estilo de vida(203-208), que abra la posibilidad de «ejercer una sana presión sobre quienes detentan el poder político, económico y social» (206). Es lo que sucede cuando las opciones de los consumidores logran «modificar el comportamiento de las empresas, forzándolas a considerar el impacto ambiental y los patrones de producción» (206).
     No se puede minusvalorar la importancia de cursos de educación ambiental capaces de cambiar los gestos y hábitos cotidianos, desde la reducción en el consumo de agua a la separación de residuos o el «apagar las luces innecesarias» (211). «Una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo» (230). Todo ello será más sencillo si parte de una mirada contemplativa que viene de la fe. «Para el creyente, el mundo no se contempla desde afuera sino desde adentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres. Además, haciendo crecer las capacidades peculiares que Dios le ha dado, la conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar su creatividad y su entusiasmo» (220).
     Vuelve la línea propuesta en la Evangelii Gaudium: «La sobriedad, que se vive con libertad y conciencia, es liberadora» (223), así como «la felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida» (223). De este modo se hace posible «sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos» (229).
     Los santos nos acompañan en este camino. San Francisco, mencionado muchas veces, es el «ejemplo por excelencia del cuidado por lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría» (10). Pero la Encíclica recuerda también a san Benito, santa Teresa de Lisieux y al beato Charles de Foucauld. Después de la Laudato si’el examen de conciencia –instrumento que la Iglesia ha aconsejado para orientar la propia vida a la luz de la relación con el Señor– deberá incluir una nueva dimensión, considerando no sólo cómo se vive la comunión con Dios, con los otros y con uno mismo, sino también con todas las creaturas y la naturaleza.


sábado, 26 de diciembre de 2015

NOTA DE LOS OBISPOS ESPAÑOLES



FAMILIA, HOGAR DE LA MISERICORDIA



Introducción
     Este año celebramos la fiesta de la Sagrada Familia en el contexto del Año de la Misericordia, que el papa Francisco ha convocado y que hemos iniciado el pasado 8 de diciembre. San Juan Pablo II nos recordaba, en su segunda carta encíclica, Dives in misericordia, publicada en 1980, que Dios siempre es «rico en misericordia» (Ef 2, 4). Todos tenemos necesidad de acogernos a esta Misericordia divina para que en nuestra vida se haga el milagro de creer en la familia, esperar en la familia y amar la familia profundamente. Así, esta Jornada quiere ser eco de esta relación tan es­trecha entre misericordia y familia, con el lema: «Familia, hogar de la misericordia».
     Las tres parábolas1 que utiliza el papa Francisco en la bula Misericordiae vultus para recordarnos a Cristo como Buen Pastor (la de la oveja perdida, la de la moneda extraviada y la del padre y los dos hijos) nos recuerdan la grandeza del amor de Dios y de su corazón a pesar de las divisiones, confrontaciones, que tanto afectan a la sociedad y, de un modo particular, a las familias, muchas veces consecuencia de las decisiones tomadas.

Un mundo sediento de amor y misericordia
Benedicto XVI nos recordaba que el mundo viene atravesado por una gran “crisis de verdad”. De hecho, la modernidad ha abierto el camino para la negación de la trascendencia y la posmodernidad ha consumado el eclipse del sentido de Dios y del hombre en muchísimos hombres y mujeres de nuestra generación, que conlleva una profunda crisis de identidad, en la que se da una «disociación entre sexualidad y reproducción, entre afectividad y sexualidad, entre fe y vida»2.
«En el fondo –ha dicho san Juan Pablo II– hay una profunda crisis de la cultura, que engendra escepticismo en los fundamentos mismos del saber y de la ética, haciendo cada vez más difícil ver con claridad el sentido del hombre, de sus derechos y debe­res»3. Esta crisis deja al hombre actual a la intemperie engañándolo y prometiéndole abundancia, cuando en realidad lo que hace es empobrecerlo. Así, nuestras sociedades del mundo desarrollado viven en su raíz más profunda la enfermedad del relativismo.
     Ante esta enfermedad, la Iglesia, como madre y maestra, nos habla de la riqueza del verdadero amor y de la misericordia como elementos básicos para salir de esta situación de crisis. Benedicto XVI, en “Deus caritas est”, se preguntaba: ¿Se puede amar de verdad a Dios, ¿Podemos de verdad amar al prójimo, a mi esposa, a mis hijos, a mis amigos y próximos, a mis enemigos, con un amor incondicional?4.
     Lo que Cristo nos revela es la unidad del plan de Dios y del corazón del hombre, llamado a salir de la soledad, verdad que subyace desde el principio en la narración del Génesis. «Al principio los hizo Dios a su imagen y semejanza, hombre y mujer los creó» (Gén 1, 27). Este pasaje se complementa con el de Gén 2, 24: «Por eso deja­rá el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne». Desde que el mundo existe nuestros amores nos remiten a otro amor más grande, originario y perfecto. Solo nuestra dureza de corazón nos hace perder el horizonte del don de sí que se nos manifiesta como revelación y regalo.
     Esto hace que en el corazón del hombre surja el clamor de una auténtica miseri­cordia, que se ha mostrado de forma real y actual en Cristo, que recorre el camino de la vida junto a nosotros, como en Emaús. La misericordia no llega a nosotros como un mensaje abstracto, sino personificada en Cristo, porque Él mismo es la miseri­cordia para cada uno de nosotros. El corazón de Cristo es un corazón transido por la ternura, es un corazón de carne, que va a marcar en la historia una nueva relación entre lo antiguo y lo nuevo que es Él, el paso de un corazón de piedra a un corazón de carne, de un pueblo cuyo «corazón está lejos de mí», como dirá Isaías (Is 29, 13), a un «corazón nuevo» capaz de amar en un nuevo pacto de fidelidad. Todo se juega en el corazón, «porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6, 21).
     Este cambio del corazón lleva a ungir las heridas con el aceite de la misericordia. «Si uno murió por todos, todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos» (2 Cor, 5, 14-15). El precio de su amistad –«vosotros sois mis amigos»– es lo que nos descon­cierta. No nos pide que escalemos ninguna cumbre inaccesible, sino que nos acer­quemos para aceptar su perdón. Es Otro el que me salva, dando su vida, el que sube al monte de la misericordia, al monte de la cruz, no para dar la misericordia, sino para hacerse pura misericordia. El mal ha sido aplastado por la plenitud de Cristo. De su costado herido brotó sangre y agua, la sangre que redime y el agua que nos purifica. Este «Dios de la consolación» (Rom 15, 4) nos ha enviado a Jesucristo como el primer consolador de los esposos desolados, y a las familias rotas. La promesa de Cristo es verdadera y nos devuelve la esperanza a la familia, que es el verdadero santuario de la vida, donde esta puede ser preservada desde su concepción, acogida y protegida hasta su madurez. Cada familia está llamada a ser pueblo de la vida y para la vida, a trabajar a favor de la vida para renovar la sociedad.

 La familia evangeliza cuando es hogar de la misericordia
     Cuando la familia vive desde ese amor que ha recibido y cuando hace de su hogar un lugar privilegiado para la misericordia se transforma en un don de Dios Amor. Se muestra, de este modo, ante el mundo como un verdadero nido de amor, casa de acogida, misericordia, escuela de madurez humana y lugar propicio para cultivar las virtudes cristianas en los hijos. Solo desde esta misericordia de Dios el hombre puede vivir. Él nunca se cansa de abrir la puerta de su Corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida.
     «El papa, desde el principio de su ministerio petrino, nos ha invitado a transitar por caminos de misericordia, él que precisamente había elegido como lema del ministerio episcopal “Miserando atque eligendo”, inspirado en el pasaje evangélico de la vocación de Mateo (Mt 9, 9-13). En la exhortación programática Evangelii gaudium escribió: “La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evan­gelio” (n. 114). Ahora recuerda el dinamismo evangélico en el campo del matrimonio y la familia, ámbito fundamental de la acción pastoral de la Iglesia. El Evangelio brilla especialmente en las situaciones dolorosas que padecen tantas personas»5.
     La Virgen María nos enseña también esta misericordia de Dios. El entonces car­denal Bergoglio decía en una sus homilías: «En la mirada de la Virgen tenemos un regalo permanente. Es el regalo de la misericordia de Dios, que la miró pequeñita, y la hizo su Madre (…). La mirada de la Virgen nos enseña a mirar a los que natu­ralmente miramos menos, y que más necesitan: a los desamparados, los que están solos, los enfermos, los que no tienen con qué vivir, los chicos de la calle, los que no conocen a Jesús»6.
     Este Año Jubilar de la Misericordia se convierte para toda la Iglesia en un gran eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor. Que nunca nos cansemos de ofrecer mise­ricordia y seamos siempre pacientes en el confortar y perdonar7. Que cada familia, como Iglesia doméstica, se haga voz de cada hombre y mujer y sea un hogar donde sanar las heridas del corazón. Así, la familia se convertirá en un gran gimnasio de entrenamiento para el don y el perdón recíproco, sin el cual ningún amor puede durar mucho8.

1 Cf. Francisco, bula del Jubileo de la Misericordia Misericordiae vultus, n. 9.
2 Cf. Polaino-Lorente, A., Identidad y diferencia: la construcción social de “género”, en Begoña Garcia Zapata (et alii), Mujer y varón. ¿Misterio o autoconstrucción?, CEU/Universidad Francisco de Vitoria/UCAM, Madrid 2008, pp, 114-129.
3 Juan Pablo II, Evangelium vitae, n. 11.
situación de crisis. Benedicto XVI, en Deus caritas est, se preguntaba: ¿Se puede amar de verdad a Dios, ¿Podemos de verdad amar al prójimo, a mi esposa, a mis hijos, a mis amigos y próximos, a mis enemigos, con un amor incondicional?del verdadero amor y de la misericordia como elementos básicos para salir de esta .4
4 Cf. Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 16.  
5 Ricardo Blázquez Pérez, Discurso inaugural CVI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, EDICE, Madrid 2015, p. 12.
6 Pontificio Consejo para la Familia, Papa Francisco y la familia., Enseñanzas de Jorge Mario Bergoglio-Papa Francisco acerca de la familia y de la vida 1999-2015, Libreria Editrice Vaticana, Vaticano 2015, pp. 74-75.
7 Cf. Francisco, bula del Jubileo de la Misericordia Misericordiae vultus, n. 25.
8 Cf. Francisco, «La familia, hogar del perdón y del amor» (Audiencia General, 4.XI.2015).