Espiritualidad Católica como fuente testimonial. Tras el reconocimiento de nuestro carisma cristiano, buscamos ser consecuentes y por lo tanto expandir el Evangelio de Cristo en nuestra sociedad.
TIEMPOS LITURGICOS
jueves, 29 de diciembre de 2016
sábado, 24 de diciembre de 2016
DOMINGO 25 DE DICIEMBRE, SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
"Hoy en la ciudad de David, os ha
nacido un Salvador: el Mesías, el Señor" (Lc 2,11). Este anuncio que escucharon los pastores en la
primera Nochebuena conserva inalterado su frescor veinte siglos después. Es
para ellos, los pastores, para nosotros y para el mundo entero. Es un anuncio
de esperanza que el ángel de la Navidad nos repite un año más.
Pero yo me pregunto: ¿Tiene todavía sentido un Salvador para el hombre del tercer milenio?
¿Es necesario un Salvador para el hombre que ha alcanzado la luna, que ha
vencido múltiples enfermedades, el hombre autosuficiente que, gracias a las
nuevas tecnologías de la comunicación, ha convertido la tierra en una aldea
global?
Los éxitos de la humanidad son reales,
pero no del todo. En este tiempo de consumismo desenfrenado en el primer mundo,
en el submundo de los países del sur mil quinientos millones de hombres y
mujeres padecen hambre y sed y viven cercados por la enfermedad, el
analfabetismo y la pobreza. Otros son esclavizados, explotados y ofendidos en
su dignidad, discriminados o perseguidos por razones políticas o religiosas. En esta hora se multiplican las acciones
terroristas, el aborto y crece el drama de los inmigrantes y refugiados en una
época en la que se nos llena la boca hablando de progreso, paz y solidaridad.
En nuestro mundo, y entre nosotros, son millones los hombres y mujeres que no
tienen trabajo, mientras crece el número de jóvenes desesperanzados sumidos en
el nihilismo y el hastío, a veces esclavizados por el alcohol o las drogas.
En medio de este claroscuro, en el que
puede dar la sensación de que el mal supera al bien, la Iglesia nos anuncia de nuevo esta magnífica noticia: que la Palabra
se ha hecho carne, y ha acampado
entre nosotros (Jn 1,14), que ha
aparecido en nuestro mundo "la luz verdadera, que alumbra a todo
hombre" (Jn 1, 9), que “ha
aparecido la gracia de Dios, que trae la
salvación para todos los hombres” (Tit 2,11). En esta
Navidad, Cristo viene de nuevo a los suyos y a quienes lo acogen les da
"poder de ser hijos de Dios".
Por ello, cantamos al Señor un cántico
nuevo, tocamos para Él la cítara y le vitoreamos con clarines y al son de
trompetas. No es para menos, puesto que a pesar de tantos signos de progreso,
los hombres y mujeres de hoy experimentamos la soledad y la angustia, el dolor
físico o moral, la enfermedad y la muerte. Por ello, necesitamos más que nunca
un Salvador, el único Salvador, enviado por el Padre de las misericordias que
permite el sacrificio de su Hijo unigénito para salvar también al hombre de
hoy.
La mayor
parte de nuestros contemporáneos viven lejos de Jesucristo. Les ocupan sus
trabajos, intereses y negocios. Tal vez también nosotros vivimos en el enredo
de nuestros pensamientos y compromisos. Salgamos de una vez de la espiral de
nuestro atolondramiento. Marchemos a Belén, hacia ese Dios que se hace Niño y
sale a nuestro encuentro en esta Navidad para hacernos partícipes de su
plenitud, para ofrecernos la salvación y la gracia, para compartir con nosotros
su vida divina. Acojámosle en nuestro corazón y en nuestra vida. Es un Dios que
nos ofrece su salvación, que nos ama
hasta el extremo, que quiere tener una relación cálida con nosotros, que espera nuestro amor y que en esta
Navidad quiere que le abramos de par en par las puertas de nuestros corazones y
de nuestras vidas, para salvarlas, para dignificarlas, para llenarlas de
plenitud y sentido, para hacernos experimentar la verdadera alegría de la
Navidad, que no radica en los regalos, el consumismo o el derroche de estos
días. Nace de la conciencia pura y del encuentro con el Señor y la amistad con
Él.
“Nos ha nacido el Salvador, el Mesías, el
Señor" (Lc 2,11). Esta es la
buena noticia que debemos transmitir a nuestros familiares y amigos, como lo
hicieron los ángeles con los pastores, como lo hicieron estos con todos los
que encontraban a su paso, al tiempo "que daban gloria y alabanza a Dios
por lo que habían visto y oído" (Lc 2,19). Por
ello, la Navidad es también una llamada al compromiso evangelizador, a
transmitir a los demás la buena noticia del amor de Dios, ese amor inaudito,
incondicional, gratuito y misericordioso que hemos encontrado en Jesucristo.
"Cristo
ha nacido para nosotros, venid, a adorarlo", nos grita la liturgia de
estos días. Que busquemos ratos largos de adoración y de oración contemplativa.
Que admiremos y agradezcamos el prodigio, el misterio del Emmanuel, el Dios con
nosotros.
Que esta Navidad nos haga a todos testigos
del amor de Dios, de la esperanza, y la alegría que anunciaron los ángeles en
la primera Nochebuena y que yo deseo a todos los fieles de la Archidiócesis.
Para todos le pido la gracia y la paz que el Señor ha traído al mundo con su
nacimiento.
+ Juan José Asenjo
Pelegrina - Arzobispo de Sevilla
jueves, 22 de diciembre de 2016
FELICITACIÓN NACIDEÑA
Con
este vídeo quiero felicitaros a todos en este momento esencial de la vida de la
Iglesia. La Navidad que se acerca es una celebración de gran alegría, también
externa, pero sobre todo es un evento religioso para el que es necesario
una preparación espiritual. Para preparar y
celebrar la Navidad el Papa Francisco, por tarto, ha pedido hacer un
examen de conciencia y abandonar la “búsqueda del éxito a toda costa”, del
“poder en detrimento de los más débiles”, de la riqueza y del “placer a
cualquier precio”. “Es necesario
realizar un cambio en nuestra vida, un examen de conciencia para dejar a un
lado el camino lleno de ídolos de este mundo, actitudes propias del diablo como
buscar el éxito a toda costa, buscar el poder en detrimento de los más débiles,
tener sed de la riqueza y buscar el placer a cualquier precio”.
Que Dios se haga hombre tiene que ver con el Reino de Dios y el Reino de los
cielos. El Reino de Dios se extenderá sin fin hasta la vida eterna, pero lo más
impresionante es que el Reino de Dios está aquí presente y que es posible
experimentar desde ahora su potencia espiritual. Curiosamente su criterio y
estilo, vividos en nuestra propia vida, serán el criterio de discernimiento
cuando demos cuenta de ella al final, ante el Señor que se ha hecho hombre para
abrirnos la puerta del cielo.
Es
importante que brille nuestra alegría y se manifieste a los demás. Nuestras
celebraciones, llenas de sencillez y profundidad para vivir la vida cargada de
valores, de deseo de bien, de paz y de servicio, deseosos de compartir con los
necesitados y atentos con los pobres, enfermos y desvalidos, son algo más que
bombillitas led o espumillón barato para decorar una
sala: son un verdadero faro, un foco de luz
ardiente que sintoniza inmediatamente con lo más íntimo del corazón de todos,
al que muestra con naturalidad la belleza de una sociedad iluminada por Dios.
María es la Virgen de la espera y de la esperanza, es
el modelo de la actitud espiritual con el que la Iglesia celebra y vive los
misterios divinos. Con la fiesta de la Inmaculada hemos celebrado el feliz
comienzo de la Iglesia, hermosa, sin mancha ni arruga (Pablo VI, Marialis Cultus 3).
Ella nos anima a prepararnos con actitud vigilante, orando y alabando a Dios.
Que la
Virgen María nos ayude a prepararnos al encuentro con este Amor cada vez más
grande que en la noche de Navidad se ha hecho pequeño, como una semilla caída
en la tierra, la semilla del Reino de Dios. Debemos
pedir su intercesión materna para
la conversión de los corazones y el don de la paz.
+ Rafael Zornoza Boy -
Obispo de Cádiz y Ceuta
(Antes de visualizar el vídeo deje pasar el Himno inserto
al blog)
sábado, 17 de diciembre de 2016
DOMINGO 18 DE DICIEMBRE, 4º DEL ADVIENTO
JOSÉ HIZO LO QUE LE MANDÓ EL ÁNGEL
María
y José en este cuarto domingo de Adviento son
los grandes protagonistas del que ya está golpeando a la puerta para venir y entrar, el Señor Jesús. María, la mujer que
creyó que para Dios nada hay imposible, está detrás de la fe de San José al que
el Señor le pide lo más difícil y complicado que te puede tocar en esta vida
cuando amas. Y el Señor le pide la poda y el despojo total.
Primero, el amor sin poseer. José tiene
que amar con locura y saber que no le pertenece su esposa, María ni el Niño que
ha nacido “por obra y gracia del Espíritu Santo”. José no comprende, como
nosotros, pero recorre kilómetros amando sólo en fe y esperanza. No
pide explicaciones especiales, sólo quiere saber dónde situarse en el
misterio en el que Dios le envuelve y confía, en medio de no pocas
tribulaciones, dudas y dificultades.
Segundo, el problema de los “Josés” de la historia es cumplir con el papel
perfectamente y cuando se cierre el telón saber desaparecer con paz. Es la
lógica de las almas grandes, de los gigantes que hacen tanto bien sin notarse.
Estar en los momentos claves de la vida y de la historia, como José, y luego de
puntillas retirarse en el momento “justo y necesario”. Esto sólo lo entienden las almas grandes,
capaces de vivir en voluntad de Dios. Los que saben que el gran protagonismo de
la historia es el Amor de Dios. La profunda humildad del corazón de hacer el
bien casi sin notarse.
Por
último, José no se retira al sótano de los quemados intensivos, de los instalados
en la queja permanente, sino que busca,
desde su propia realidad, amar hasta el extremo. Desde cualquier situación que vivamos podemos ser Adviento, esperanza y
como José, construir desde nuestra
pobreza, desde nuestro cansancio.
Sabiendo que cuando nos ponemos en sus manos con una infinita confianza,
el Señor nos transforma y nos crecen las
alas, como a San José, de servicio y de entrega aunque nos toque
aparentemente la parte más dura de la vida, la de amar desde el anonimato, la sencillez y el, al mismo tiempo, saber
desaparecer.
José, en este último domingo de Adviento,
es una llamada a vivir la fe de María. Abrirse al Misterio. Contemplar al que
llega para saciar nuestro infinito deseo
de Amor.
+Francisco Cerro Chaves - Obispo
de Coria-Cáceres
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