TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

viernes, 29 de julio de 2016

DOMINGO 31 DE JULIO, 18º DEL TIEMPO ORDINARIO

¿QUIÉN ME HA NOMBRADO JUEZ?



     Alguien del público increpa a Jesús para que medie en una trifulca familiar a propósito de la herencia. Ese “poderoso caballero, don dinero”, cupido de la codicia, es tremendamente seductor, y en las jaulas de sus señuelos han ido cayendo los hombres de todos los tiempos.
     Jesús quiere, más allá de la disputa puntual que aquel suceso le planteó, desenmascarar el torpe chantaje que siempre supone el dios dinero, el ídolo del tener, la falsa seguridad de acumular. La conseja de la parábola de este Evangelio: “túmbate, come, bebe y date buena vida”, la vemos corregida y aumentada, hoy igual que hace veinte siglos, por las consignas hedonistas, a las que nos empujan los adoradores de los nuevos becerros de oro: compre, consuma, cambie, aspire, goce, disfrute...
     No es que Jesucristo y el cristianismo sean tristes y entristecedores, aguafiestas de la vida, pero ponen en guardia ante la propaganda fácil de una felicidad falsa. Se denuncia que poco a poco vayamos creyéndonos todos que el problema de nuestra felicidad depende de lo que tengo y acumulo. El problema viene cuando nos quitamos el disfraz del personaje y emerge la realidad de la persona, el drama viene cuando en el camerino de nuestra intimidad nos quitamos los maquillajes sociales y aparecen las arrugas de nuestra alma que habíamos camuflado bajo tantas apariencias.
     Y cuando los profetas del consumo van llevando nuestra insatisfecha sociedad al jardín de las delicias de dios dinero; y cuando logrado el objetivo propuesto de adquirir o disfrutar de lo que se nos prometía lo último de lo último, seguimos masticando la tristeza y el hastío; y cuando en esta interminable espiral de ansiedad constatamos que nos falta demasiado para vivir felizmente; y cuando entrando al trapo del consumo, del dinero y del placer inhumano, lo que mayormente conseguimos es agobio, vanidad, enfrentamiento, ansiedad, injusticias, deshumanización... etc, entonces miramos los cristianos a Jesús, como aquellos otros hicieron hace dos mil años, y creemos que la única riqueza que no mancha, ni corrompe, ni ofende, ni destruye, es esa de la cual hablaba Él: “no amasar riquezas para sí, sino ser rico ante Dios”.
     Entonces, a la luz de este Evangelio, comprendemos que efectivamente Jesús no es rival de lo bueno, ni de lo bello, ni de lo gozoso, pero sí es implacable contra todo intento deshumanizador que pretende comprar y vender la felicidad y la dicha, bajo una bondad, una belleza y una alegría que son falsas, sencillamente falsas.

 + Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo



LEER PARA LA COMUNIDAD



     Lo sabemos bien: leer la Palabra de Dios es una parte muy importante de nuestras misas. También sobemos otra cosa: que leer bien es un gran servicio que hocemos a la comunidad. Y una terrera: que no es fácil hacerlo bien. ¿Cómo podemos mejorar? ¿Corno podemos hacer que la Palabra de Dios, a través de nosotros, llegue con toda su tuerza a la asamblea cristiana?
     Nadie nace enseñado. Y todos aprendemos a hacer las cosas, haciéndolas. Esto significa que no tenemos que tener ningún reparo de ofrecer nuestro servicio como lectores cuando se nos pida, aunque sepamos que no lo hacernos perfectamente. Pero también quiere decir que vale la pena dedicar todos los esfuerzos que podamos a mejorar nuestra manera de leer.
      Mejorar la manera de leer... No sólo técnicamente (vocalización, guardar la distancia adecuada del micrófono, realizar las pausas necesarias...), sino también espiritualmente, conociendo mejor lo que leemos y viviéndolo de verdad.

DIOS DIRIGE LA PALABRA A TRAVÉS DE NOSOTROS

     Leer bien es recrear, dar vida a un texto, dar voz a un autor, Es transmitir a la comunidad lo que Dios le quiere decir hoy, aunque el texto pertenezca a libros antiguos. Se trata, no sólo de que se escuche bien el sonido, sino de que se facilite el que todos vayan captando el sentido y el mensaje que nos viene de Dios, y se sientan movidos a responderle. El texto a veces es difícil. Las motivaciones y la preparación de los presentes no siempre están muy despiertas. Si, además, el lector cae en los conocidos defectos –(precipitación, mala pronunciación, fraseo inexacto, tono desmayado, mal uso de los micrófonos)- se corre el peligro de que la llamada "celebración de la Palabra" sea un momento poco menos que rutinario e inútil dentro de la misa.
     Un lector tiene que ser buen "conductor" de la Palabra. Para que llegue a todos en las mejores condiciones posibles y todos puedan decir su "sí" a Dios. Por esta persona la Palabra de Dios se 'encarna" y se hace vida. De la "escritura' pasa a ser palabra viva dicha hoy y aquí para esta comunidad, El lector o lectora, por tanto, deberá hacer todo lo que esté en su mano para ser buenos mediadores del mensaje de Dios. 

EL LECTOR, EL PRIMER OYENTE

     El lector es el primer oyente de la Palabra, el primero que ha de "escuchar" en su interior lo que Dios dirá -por su boca- a la asamblea.
     La preparación de una lectura, por tanto, tendría que comenzar siempre con actitud de oración: esto que ahora leeré ¿qué me quiere decir? ¿qué mensaje me dirige Dios a través de su Palabra? Para tener esta actitud de oración ante la Palabra de Dos, sin duda, será una ayuda que el lector "ame" la Biblia, la lea a menudo, la conozca,…


miércoles, 27 de julio de 2016

POR LAS VÍCTIMAS DE LA VIOLENCIA Y LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA



Y entonces vio la luz. La luz que entraba
por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.
Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.
(José L. Martín Descalzo)


     Pedimos a Dios por las víctimas y sus familiares, por los feligreses, especialmente por los tres que resultaron heridos, uno de ellos ahora en estado grave. Rezamos por el fin de la violencia, por la conversión de los terroristas y por todas las víctimas de este sinsentido en tantos lugares del mundo.
     Que como San Juan Pablo II podamos reconocer que “donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia”.