TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

sábado, 11 de marzo de 2017

DOMINGO 12 DE MARZO DE 2017, 2º DE CUARESMA

«ESTE ES MI HIJO AMADO, EN QUIEN ME COMPLAZCO. ESCUCHADLO»




     Este texto, Mt, 17, lo comenta bellamente el Papa San Juan Pablo II en “Vita consecrata”. Es un icono, una imagen, tanto para Oriente como para Occidente, del seguimiento de Cristo. Nunca se da una vida de seguimiento mientras que no digamos una y otra vez, en verdad: “Señor, ¡qué bien se está contigo aquí!”. Cuando entendemos la vida cristiana como una carga y luego pasamos al gozo, entonces el camino es la cruz, pero el destino es la resurrección y la vida.
     Este pasaje la Iglesia también lo celebra y proclama el día 6 de agosto, día de la Transfiguración. Precisamente, en ese día, murió Pablo VI, que era un enamorado del icono de la Transfiguración. También, en Cuaresma se nos recuerda que el Monte Alto, el Tabor, está en el camino de subida a Jerusalén donde se va a consumar su muerte y resurrección. Hay que subir para bajar y hay que bajar para subir.
     La Transfiguración nos invita a ser vidriera para dejar pasar por nuestra vida la Luz de Cristo, como los santos. Recuerdo que me comentaba una catequista que cuando le preguntaba a sus niños de catequesis qué era un santo, una niña le respondió: Un santo es el que deja pasar la Luz de Dios. Había visto en las vidrieras de la parroquia que los santos dejaban pasar la luz, y dio la mejor definición de un santo, el que, como vidriera deja pasar la Luz de Dios. ¡Magnifico!. La Transfiguración, más allá de la figura, es el mismo Jesús que deja pasar la Luz de su identidad.
     Jesús invita a subir a los tres íntimos: Pedro, Santiago y Juan. Es el único pasaje de todo el Evangelio donde en la humanidad de Cristo, todavía de carne mortal, aparecen los signos de la divinidad. Aparece, como luego lo hará en la Resurrección, pero aquí y ahora, sin los signos de la pasión. Ni manos traspasadas, ni pies traspasados, ni costado abierto. Se le contempla en el esplendor de su divinidad, como dice el Prefacio: para alentar la esperanza a los que van a pasar por el escándalo de la cruz. Para que crean ya anticipada la Resurrección que le espera en Jerusalén y que pasa necesariamente por sus “ansias redentoras”, por la Cruz, por el crudo  invierno que nos lanza a la eterna primavera de la Resurrección.
     Moisés y Elías conversando con Jesús, dialogando con Él, nos adentran en un misterio precioso, la vida cristiana es Moisés que representa la Ley y Elías que representa la vida mística. Entrar en el misterio de Dios y dialogando con Cristo, hace que alcancemos la santidad que no puede ser sólo ley con Moisés, pero tampoco sólo, solo gracia. Es la colaboración de ambas. Es don de Dios con colaboración humana. Es Jesús dialogando con Moisés y Elías.
     Finalmente, está expresando la identidad de cada cristiano en este pasaje de la Transfiguración. A cada uno de nosotros el Padre nos contempla como hijos amados, predilectos, en quien se complace el Señor y nos invita a que nuestra vida esté determinada por la escucha de la Palabra de Dios. “Escucha, Israel”. El Padre nos invita a escuchar a su Hijo amado, se baja del monte y se va al Valle de la desfiguración. El Señor comienza a hablar ya en la vida, en las dificultades, esperanzas, gozos y alegrías de nuestra vida. 

+ Francisco Cerro Chaves. - Obispo de Coria-Cáceres


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