TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

sábado, 22 de julio de 2017

DOMINGO 23 DE JULIO, 16º DEL TIEMPO ORDINARIO


SEÑOR ¿NO SEMBRASTE BUENA SEMILLA?



     Jesús vuelve al tema de sembrar, de acoger la semilla que Él siembra para que fructifique en caridad y entrega. Ahora introduce un elemento nuevo, la cizaña y el que la siembra, el enemigo, el diablo, el que divide la obra de Dios y siempre encizaña las relaciones humanas.
     Todo el texto es una llamada a la paciencia. Decía San Francisco de Asís que Dios, porque es muy bueno, tiene mucha paciencia con nosotros y sabe esperar el momento de Dios. Decía el santo de Asís que lo que más le impresionaba del Amor de Dios es que se hace paciencia.
     Decía el Hermano Rafael que toda nuestra ciencia consiste en “saber esperar”. Lo más grande del Amor de Dios es que sabe esperar, que tiene paciencia, que no se pone nervioso ante el mal sino que siempre espera en el hombre, el que vuelva el hijo pródigo que se fue. Sabe que son muchos los que, cansados y engañados de la vida, vuelven ante un Dios paciente y Misericordioso.
     También el texto subraya que ante el enemigo sembrador de cizaña, la Misericordia del Señor es su respuesta. Dios sabe que la cizaña nunca se convierte en trigo, pero sabe que crecen juntos en nuestro corazón, en la Iglesia, en el mundo. Es verdad que, como dice San Pablo, que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. También es verdad que la paciencia y la misericordia se necesitan para actuar ante el mal. Siempre con paciencia, con verdad, con bondad, con misericordia. Hay que vencer el mal a fuerza de bien.
     La cizaña siempre es estéril. No da nunca fruto alguno.  Se mezcla pero no se confunde con el trigo, siempre es distinta. Pero, no es bueno llegar demasiado pronto porque podría no dejar crecer también el trigo y arrancar junto con lo malo mucho de lo bueno. Es necesario el discernimiento prudente, la actitud humilde del que sabe que el Amor de Dios siempre triunfa donde existe misericordia y paciencia.

+Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres




La Eucaristía dominical,
corazón de la semana y centro de la vida cristiana

      …Es un hecho que el domingo se ha ido vaciando progresivamente de contenido religioso y son muchos los cristianos que no han descubierto la riqueza espiritual de la Eucaristía en el día del Señor. Por ello, quiero volver sobre la participación en la Misa dominical que es obligatoria por ser un distintivo característico del cristiano y un camino privilegiado para alimentar la propia fe y para fortalecer el testimonio. Sin la Misa del domingo y de los días festivos nos faltaría algo que pertenece a la columna vertebral de la vida cristiana.
      Cuando el domingo pierde su significado fundamental de Día del Señor y se transforma en un día de pura evasión, queda el cristiano prisionero de un horizonte tan estrecho que no le deja ver el cielo, como escribiera el Papa Juan Pablo II. Por desgracia, son muchos los católicos que a pesar de vivir inmersos en un ambiente cultural de raíces cristianas, desconocen la riqueza espiritual que encierra el domingo y la celebración eucarística.
      En el domingo debe ocupar un lugar preeminente la oración y, sobre todo, la Eucaristía. Todos hemos de procurar que nuestra participación en ella sea para nosotros el acontecimiento central de la semana. Es un deber irrenunciable, que hemos de vivir no sólo para cumplir un precepto, sino como una necesidad, para que nuestra vida cristiana sea verdaderamente coherente y consciente. No olvidemos que la Eucaristía es el alimento que necesitamos más que nunca en las peculiares circunstancias en las que vivimos los cristianos hoy, en medio de una sociedad profundamente secularizada. Por ello, qué verdaderas son las palabras que pronuncian los mártires de Cartago en el año 304, cuando acuciados por el procurador romano que les conminaba a abandonar la participación en la mesa del Señor, responden con esta frase rotunda: "Sin la eucaristía no podemos vivir".
      En la Eucaristía dominical, los cristianos nos reunimos como familia de Dios en torno a la mesa de la Palabra y del Pan de vida y nos alimentamos con el manjar del cielo para luchar contra el mal, vivir nuestros compromisos con entusiasmo y valentía y confesar al Señor delante de los hombres. Por otra parte, la celebración eucarística es el lugar privilegiado donde la comunión es anunciada y cultivada. Por ello, a través de la participación en la Santa Misa, el día del Señor se convierte también en el día de la Iglesia, que se construye y edifica a través de la celebración de la Eucaristía. En ella comprendemos cada vez mejor nuestros orígenes, de dónde venimos y a dónde vamos, y reconocemos nuestras verdaderas señas de identidad Así lo sentían los primeros cristianos, para quienes la participación en la celebración dominical constituía la expresión natural de su pertenencia a Cristo, de la comunión con su Cuerpo místico, en la gozosa espera de su segunda venida.
      Es necesario reafirmar en la vida de nuestras comunidades parroquiales la centralidad del Día del Señor y de la Eucaristía dominical. Es preciso insistir también en la dignidad y sacralidad de las celebraciones, utilizando los ornamentos preceptuados por la Iglesia y favoreciendo la presencia de monaguillos bien formados, verdadero manantial de vocaciones…
       Les pido por fin que fomenten las diversas formas de piedad eucarística, las procesiones con el Señor y la exposición y la adoración del Santísimo Sacramento, todo lo cual constituye un verdadero manantial de fidelidad y de santidad.
      Termino la última carta del curso pastoral. Deseo unas felices vacaciones a quienes podáis disfrutarlas. Dios quiera que no sean un tiempo perdido en nuestra relación con el Señor, sino un tiempo de gracia y de provecho espiritual muy cerca de la Eucaristía.
      Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina - Arzobispo de Sevilla (de una Carta Pastoral)

sábado, 15 de julio de 2017



JULIO 2017

«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11, 28).
    
     Fatigados y sobrecargados: palabras que nos sugieren la imagen de personas -hombres y mujeres, jóvenes, niños y ancianos- que de distintos modos llevan pesos a lo largo del camino de la vida y esperan que llegue el día en que se puedan liberar de ellos.
     En este pasaje del Evangelio de Mateo, Jesús les dirige una invitación: «Venid a mí...».
     Jesús tenía a su alrededor a la muchedumbre que había venido a verlo y a escucharlo; muchos de ellos eran personas sencillas, pobres, con poca formación, incapaces de conocer y respetar todas las complejas prescripciones religiosas de su tiempo. Además pesaban sobre ellos los impuestos y la administración romana, una carga muchas veces imposible de sobrellevar. Se encontraban en apuros y buscaban a alguien que les ofreciese una vida mejor.
     Con su enseñanza, Jesús mostraba una atención especial por ellos y por todos los que estaban excluidos de la sociedad porque se los consideraba pecadores. Él deseaba que todos pudiesen comprender y acoger la ley más importante, la que abre la puerta de la casa del Padre: la ley del amor. Pues Dios revela sus maravillas a quienes tienen un corazón abierto y sencillo.
     Pero Jesús nos invita hoy, también a nosotros, a acercarnos a Él. Él se manifestó como el rostro visible de Dios, que es amor, un Dios que nos ama inmensamente tal como somos, con nuestras capacidades y nuestras limitaciones, nuestras aspiraciones y nuestros fracasos. Y nos invita a fiarnos de su ley, que no es un peso que nos aplasta, sino un yugo ligero capaz de llenarles el corazón de alegría a cuantos la viven. Esa ley requiere que nos comprometamos a no replegarnos sobre nosotros mismos, sino a hacer de nuestra vida, día a día, un don cada vez más pleno a los demás.

«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso».

     Jesús también hace una promesa: «...os daré descanso».
     ¿De qué modo? Ante todo, con su presencia, que se hace más neta y profunda en nosotros si lo elegimos como punto firme de nuestra existencia; y luego, con una luz especial que ilumina nuestros pasos de cada día y nos hace descubrir el sentido de la vida incluso cuando las circunstancias externas son difíciles. Si además comenzamos a amar como Jesús mismo hizo, encontraremos en el amor la fuerza para seguir adelante y la plenitud de la libertad, porque de esta manera la vida de Dios se abre paso en nosotros.
     Escribe Chiara Lubich: «Un cristiano que no esté siempre en la tensión de amar no merece el nombre de cristiano. Porque todos los mandamientos de Jesús se resumen en uno solo: amar a Dios y al prójimo, en quien vemos y amamos a Jesús. El amor no es un mero sentimentalismo, sino que se traduce en vida concreta, en servir a los hermanos, en especial a los que tenemos al lado, y empezar por las pequeñas cosas, por los servicios más humildes. Dice Carlos de Foucauld: "Cuando amamos a alguien, estamos realmente en él, estamos en él con el amor, vivimos en él con el amor; ya no vivimos en nosotros mismos, estamos desapegados de nosotros mismos, fuera de nosotros mismos". Y precisamente gracias a este amor se abre paso en nosotros su luz, la luz de Jesús, según su promesa: "El que me ame... me manifestaré a él" (Jn 14, 21). El amor es fuente de luz: amando se comprende más a Dios, que es Amor».
     Acojamos la invitación de Jesús a acudir a Él y reconozcámoslo como fuente de nuestra esperanza y de nuestra paz.
     Acojamos su mandamiento y esforcémonos por amar como hizo Él, en las mil ocasiones que nos suceden cada día en la familia, en la parroquia, en el trabajo: respondamos a la ofensa con el perdón, construyamos puentes en lugar de muros y pongámonos al servicio de quienes sienten el peso de las dificultades.
     Descubriremos que esta ley no es un peso, sino un ala que nos llevará a volar alto.
Leticia Magri