TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

domingo, 27 de agosto de 2017

DOMINGO 27 DE AGOSTO, 21º DEL TIEMPO ORDINARIO


«Y VOSOTROS, ¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?»


     Esta escena llamada la confesión de Pedro en Cesarea de Filipos, siempre me ha conmovido en mis ratos de oración. Primero, porque es la primera y única encuesta de la que tenemos constancia en todo el Evangelio. ¿Y vosotros quién decís que soy yo? Todos responden. Jesús les escucha. Escucha las opiniones que le transmiten sobre Él. Ante todo, buenas y potables. Probablemente dirían barbaridades sobre Jesús.
     Por otra parte, la pregunta clave, la que cambia nuestra historia y nuestra vida, la ruta de nuestra existencia es esta. ¿Y vosotros quién creéis que soy yo? ¿Quién soy Yo para ti?  En esta respuesta es donde nos jugamos la vida, la existencia, los momentos delicados y difíciles de la vida. De esta contestación dependen las grandes decisiones de nuestra vida.
     Decir: “Jesús es el Hijo de Dios Vivo”, nos cambia la vida y la existencia. Es descubrir que nada ni nadie nos podrán arrebatar el Amor de Jesús. Es un cambio que hace que a nuestra vida le crezcan las alas del amor y de la libertad. Sin el descubrimiento del Amor de Jesús nuestra vida no tiene sentido, se agota, se acaba. Es necesario volver siempre a la alegría y al gozo del Evangelio. Sin ese amor total al Señor nuestra vida sigue instalada en la mediocridad y en la tristeza.
     Decirle al Señor que Él es el Hijo de Dios Vivo, es volver a la alegría y al gozo de que hemos conocido el Amor que se entrega totalmente a los pobres.

+Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres


20 ERRORES COMUNES EN LAS ORACIONES.

     Hoy te ofrezco un elenco de errores frecuentes en la vida de oración, tal vez te sientas identificado con algunos de ellos. Posteriormente ofreceré la contrapartida.


 Acudo a Dios sólo para pedirle que me resuelva problemas y necesidades que me interesan: salud, trabajo, familia, tranquilidad, etc.

Cuando voy con mis preocupaciones, mi oración termina siendo una reflexión personal acerca de cómo resolverlas. Ya no hablo con Dios sino sólo conmigo.

Hablo, hablo y hablo, sin escuchar a Dios. Más aún, no sé qué significa escuchar a Dios, ni cómo habla Él.

Creo que oro bien si los sentimientos son bonitos. Si no, pienso que algo estoy haciendo mal, que no sé orar.

Mi oración se reduce a fórmulas memorizadas que la mayoría de las veces repito sin atención.

Cuando rezo hago cosas, pero no entro en contacto personal de corazón con Dios. Mi “oración” es una especie de acto intimista en solitario.

Trato poco a Cristo Eucaristía.

Uso muy poco la Biblia en mis meditaciones.

Concibo la oración sólo como iniciativa humana: soy yo quien tiene la iniciativa de establecer comunicación con Dios y me esfuerzo por alcanzarlo.

Mi relación con Dios va en paralelo de mi vida ordinaria, es un apartado en la rutina diaria o semanal, como una actividad más junto al resto de mis quehaceres.

No medito o mi meditación se limita a pensar, a desarrollar reflexiones teológicas.

Rezo como me enseñaron de niño y allí me quedé.

Mido y cuento el tiempo que le dedico a Dios. Soy tacaño con Dios, mi tiempo con Él no es tiempo de calidad, con frecuencia le dejo las migajas del día.

Creo que ya me las sé todas en materia de oración, que no tengo más que aprender. Cuando otros hablan del tema, pienso que yo sé más…

Evito las oraciones comunitarias.

Voy a rezar tan distraído que al final sé que entré y salí de la iglesia o capilla sin haber entablado un mínimo contacto personal con Dios.

Estoy tan acostumbrado y me he resignado ya a cómo es mi oración, que ya no deseo ni suplico a Dios que me conceda una mayor intimidad con Él, ni creo en el fondo que Él me la desee conceder.

Considero que tengo hilo directo con Dios y descuido sin embargo mi vida sacramental (misa, comunión, confesión) y espiritual (vida interior, virtudes, recurso a medios de perseverancia como la dirección espiritual, etc.)

Rezo sólo cuando me siento digno de rezar. Cuando me siento indigno, porque he pecado, o me he enojado, o no estoy bien conmigo mismo o con los demás, me excuso diciendo que sería hipócrita si rezara, y dejo de hacerlo.

Mi objetivo es cumplir con aquello a lo que me comprometí. Muchas veces no sé ni lo que hago, sólo rezo con tal de cumplir (misa dominical, liturgia de las horas, rosario…)

P. Guillermo Serra, L.C.

sábado, 19 de agosto de 2017

DOMINGO 20 DE AGOSTO, 20º DEL TIEMPO ORDINARIO



«TEN COMPASIÓN DE MÍ, SEÑOR, HIJO DE DAVID. »


     Aquella mujer cananea, es decir pagana, sin embargo conoce el Corazón de Cristo, por su fe y su confianza.
     Jesús no hizo milagros prácticamente en las ciudades de Tiro y Sidón, ciudades en el entorno del lago de Galilea, la Decápolis, que no aceptaron la fe en Jesús. Duras de corazón para creer.
     Aquella mujer cananea expresa la humanidad hambrienta y sedienta de Dios, sedienta de paz, de salud. Un corazón de deseo. Un corazón de mujer, de madre, que quizás ante los males que la aquejan, su hijo tiene un demonio muy malo, no se detiene como el amor ante el mal y vislumbra que el único que vence el mal, a fuerza de bien, es el Señor.
     Necesitamos, de forma continuada, volver la mirada al Dios de la vida, al Señor, capaz de curar nuestros males, nuestros demonios, nuestras historias y cobardías.
     Aparentemente, la respuesta de Jesús parece desconcertante ¿No le interesa? ¿Tan fuerte es la misión que le hace olvidar al sufriente concreto en el camino de la vida?
     Su actitud, su profunda humildad, le hacen conmover el Corazón del Señor. Le gana como siempre al Señor la profunda humildad de quien sabe, de quien se ha fiado y está persuadido de que el Señor será capaz siempre de hacer frente al mal con la entrega de su vida, con su Corazón compasivo.
     Es curioso que arranca del Señor una de las mayores alabanzas a su fe tan sencilla como intrépida, tan pobre como valiente. Nada detiene a esta mujer con tal de llegar a Jesús y presentarle su grito de dolor por su hijo. El milagro cuando hay fe ya está realizado. Y no es otra cosa que saber poner el corazón en el Dios de lo imposible.

+Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres