Espiritualidad Católica como fuente testimonial. Tras el reconocimiento de nuestro carisma cristiano, buscamos ser consecuentes y por lo tanto expandir el Evangelio de Cristo en nuestra sociedad.
TIEMPOS LITURGICOS
sábado, 28 de octubre de 2017
DOMINGO 29 DE OCTUBRE, 30º DEL TIEMPO ORDINARIO - DOMUND
«MAESTRO ¿CUÁL ES EL MANDAMIENTO PRINCIPAL DE LA LEY?»
La
pregunta del creyente siempre es la de qué tenemos que hacer para cumplir los
mandamientos y entrar en la vida eterna.
El mandamiento principal, grabado en el corazón del israelita piadoso y
en nuestro corazón, es que tenemos que amar
al Señor con todas nuestras fuerzas,
nuestro corazón, nuestro ser, nuestra vida; el segundo es semejante al primero,
amar al prójimo como a ti
mismo.
Son como dos pulmones de un único
corazón, del que brota el amor. Esa fuente del amor nos lleva a querer al
prójimo como a nosotros mismos.
Es curioso que en el mandamiento del Señor
hay como tres escalones que reflejan la fuente de un amor que nos lleva siempre
a dar la vida.
1º.-El
primero es la caridad con uno mismo, es amar al prójimo como a ti mismo. Es
verdad que nadie puede dar lo que no tiene. No podemos dar ni paz, ni
felicidad, ni alegría si no los tenemos en nosotros mismos. Sólo los felices
pueden hacer felices a los demás. Sólo los que tienen a Dios pueden
transmitirlo.
2º.-El
segundo escalón es la caridad, está reflejado en Mat. 25 y consiste en una
caridad y amor que nos hace descubrir el rostro de Jesús en el pobre, en el
hambriento, en el desnudo, en el encarcelado, en el refugiado: “Señor, ¿cuándo
te vimos…? Nos dice Jesús que hacerlo con el prójimo es como hacérselo a Él, si
no me lo hacéis a mí porque soy Yo en todos los disfraces de los que se puede
revestir el corazón humano.
3º.-Por
último en el centro de la caridad, en el tercer escalón, consiste en amar con
el mismo Corazón de Cristo, con los sentimientos de Cristo. Es el texto del
único mandamiento nuevo que nos ha mandado, Juan 13. Amar al prójimo como Yo os
he amado. Amar a cada persona como las ama el Señor, con el Corazón de Jesús.
Casi nada.
Para
amar como ama el Señor es necesario tener el corazón del Señor, así lo decía Santa
Teresita del Niño Jesús en una de sus poesías: Para amar dame mil corazones,
dame tu Corazón para amar como ama tu divina utopía
+Francisco
Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres
jueves, 26 de octubre de 2017
REFLEXIONES PARA LA ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA
OCTUBRE: La Iglesia, (X)
Estamos acostumbrados a escuchar en cada Plegaria
Eucarística, cada vez que participamos en la Eucaristía, estas palabras y nos
pueden terminar pasando desapercibidas. Hoy vamos a detenernos en ellas
tratando de descubrir su trasfondo, de modo que esto nos ayude a vivir mejor
cada Eucaristía.
Con tu servidor el papa N., y con nuestro obispo N.,…
Una consideración precipitada
puede llevarnos a pensar que se trata de una especie de recordatorio piadoso
del Papa, de nuestro Obispo, del Colegio Episcopal, del Clero y, finalmente,
del conjunto del Pueblo de Dios (memorial
de los vivos). Pero eso lo
hacemos en la Oración Universal (o de los fieles). Aquí, en la
Plegaria Eucarística se trata de otra cosa: de celebrar en la comunión de la Iglesia.
Como bien enseña el Catecismo (CEC nn. 1117-1121) los sacramentos son de la Iglesia:
■ Los sacramentos son “de la Iglesia” en el doble sentido de que existen
“por ella” y “para ella”… (CEC n. 1118).
Y prosigue explicando:
Formando con Cristo-Cabeza “como una única […] persona mística”, la Iglesia actúa en los sacramentos como “comunidad
sacerdotal”, “orgánicamente estructurada”; gracias al Bautismo y la
Confirmación, el pueblo sacerdotal
se hace apto para celebrar la liturgia; por otra parte, algunos fieles “que han
recibido el sacramento del Orden están instituidos en nombre de Cristo para ser
los pastores de la Iglesia con la palabra y la gracia de Dios”.
No podemos participar en
la Eucaristía, ni por lo tanto vivir una auténtica vida cristiana, fuera de
esa unidad orgánicamente
estructurada de la Iglesia. La celebración de la Misa, que nos muestra los
bienes en los que comulgamos, la Palabra de Dios, el Sacramento, la Oración… nos muestra también, que todos esos bienes de Comunión, que se resumen en uno,
Jesucristo, no se pueden recibir sino con y “la Esposa”, en la Iglesia de
Cristo, como Él la fundó bajo Pedro y con
los Apóstoles (hoy el Papa y los Obispos), Pueblo de Dios. La fe, la esperanza
y la caridad se viven con la Iglesia de Cristo.
Pero esta realidad teológica
nos obliga a algunas reflexiones importantes:
1º.- La Iglesia, conocida y vivida
así, se representa espejo y sensibilización fuerte de Jesucristo y de la entera
Trinidad, de Dios. Una Iglesia
muy bella y atrayente, santa, digna de admiración y estremecimiento, gloriosa.
Sí, y todo eso porque el don que Dios vierte en ella para bien de todos, es más
fuerte que los pecados de sus miembros. Es la Iglesia de las celebraciones
litúrgicas “revestida”, congregada, estructurada, en el orden y la armonía de
Dios. Es la Iglesia de la santidad, del testimonio hasta el martirio, de las
virtudes heroicas y la purísima caridad. Nos viene bien reconocernos en ella y
aprender a amarla, aun en medio de nuestras flaquezas.
2º.- Al mismo tiempo, vernos así en la Iglesia, implica una llamada personal y
comunitaria a la conversión y
a la reforma, para
mantener el doble vínculo entre Iglesia celebrante e Iglesia militante y entre
santidad eclesial y santidad de sus miembros. La Iglesia siempre está
llamando a sus miembros a la conversión y la santidad y siempre está
reformándose en cuanto estructura histórica. No debemos sustraernos a esta
dinámica revivificante.
3º.- Finalmente,
esta experiencia eclesial, vivida en la Liturgia nos obliga a abandonar una
concepción puramente sociológica o política de la Iglesia o de nuestra
vinculación a la misma. La Iglesia se asemeja más a una familia que a un estado o a una asociación. En ella hay un fundamento donado, y éste llega
hasta a hacer que el lugar de cada uno, sea fruto de un don en el que todos los
demás son mediadores. La trama de la Iglesia tiene mucho que ver con la
“comunión de los santos”, y nadie puede entrelazar los hilos de su vida sin
dicha trama. Meditar esta realidad nos ha de llevar a querernos más y mejor, nos tiene que llevar a esa
“espiritualidad de comunión”, de la
que nos habló san Juan Pablo II en Novo
millenio ineunte.
Preguntas para el
diálogo y la meditación.
■ ¿Procuras
vivir la Eucaristía, celebrada, comulgada y adorada como vivencia eclesial? O
¿es para ti más un elemento solo de tu piedad personal y de tus compromisos
religiosos?
■ ¿Buscas
encontrar en la santa Misa la belleza y santidad de la Iglesia de la que formas
parte? O ¿predomina una atención sobre lo concreto del aquí y ahora (como
árboles que no dejan ver el bosque)?
■ ¿La
Celebración litúrgica y el testimonio de santidad en la Iglesia de todos los
tiempos se convierten para ti en llamada concreta a la conversión y deseo de
servicio a la reforma eclesial? ¿Vives tu vida de fe como don recibido a una
gran mediación eclesial, te sientes hermano entre hermanos?
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